4. El demonio Mikato

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Cuando Douma se retiró parecía aún alguien relativamente normal, pero en cuanto entró al pasillo comenzó a saborear la sangre con mucha mayor intensidad. Era dulce, como la miel y apenas podía esperar a probar más.

Mientras él se retiraba a sus aposentos con una sonrisa algo menos falsa que de costumbre Iwasaki aún regulaba su respiración, pues Douma le había dejado el corazón desbocado, latiendo como loco.

Se colocó como pudo la bata, pues le dolía bastante el hombro y no se podía mover demasiado, para después quitarse el yukata y abrir la puerta del pasillo. Si Douma no era muy rápido andando podría alcanzarlo y devolvérselo antes de irse a dormir.

Cuando abrió la puerta lo vio casi al final del pasillo, andando a ritmo lento y pausado. Por tanto, comenzó a correr con el yukata bien enrollado entorno a un brazo, antes de alcanzarlo unos segundos después.

—Douma-sam...Douma, te habías dejado esto.

—¿Enserio?—no parecía muy sorprendido.—Gracias por traérmelo, Iwasaki.

—De nada, Douma.

Sin nada más que decir cada uno se retiró a su habitación.

Douma recorrió bastantes metros aún antes de llegar a una puerta ricamente ornamentada que daba a su zona privada.

Iwasaki, por su parte, volvió por el mismo pasillo y salió al patio interior, para darse cuenta un momento después de que no hacía minimamente tanto frío como antes, cuando sin embargo, el cielo seguía estando cubierto de nubarrones grises y seguía soplando viento. ¿Tenía que ver la extraña sensación térmica con Douma? Iwasaki aún no lo sabía con certeza, pero acababa de descubrir uno de los poderes del líder del culto.

A la mañana siguiente fue la primera en despertar, cuando los rayos de sol apenas habían comenzado a entrar por la ventana y se fue sola a vestirse. Después si que soltó su cabello y fue a buscar a alguien para que la ayudase a peinarse.

—¿Hola?¿Hay alguien ahí?

La muchacha que apareció fue la misma que la había estado ayudando a vestirse a lo largo  de esa semana, es decir, la sirvienta sin nombre. Pareció un poco sorprendida de encontrarse a Iwasaki ya vestida, pero puede ser por cortesía no le dijo nada, sino que simplemente se ofreció a peinarla.

—Iwasaki-san, ¿quiere que la peine?

—Sí, señorita, por favor.

Ante la falta de un nombre propio, Iwasaki había decidido referirse a ella como señorita, aunque no dudaba de que en caso de que hubiese tenido nombre, este hubiese sido de carácter floral, pues la joven recordaba a una flor.

El dia pasó de manera casi idéntica al anterior, exceptuando de un único hecho en la noche. Si el día anterior el señor Douma no había acudido a cenar, ese día tampoco hubo culto.

Justo después de caer el atardecer el demonio utilizó sus fuertes y largas piernas para empezar a correr, incansable, cinco, diez, veinte kilómetros y más, los que le hicieron falta para llegar hasta casa de los Mikato, donde tapado con una gruesa manta y prácticamente en el lecho de muerte, el padre de Iwasaki Mikato dormitaba y deliraba a partes iguales.

Cuando vio aparecer la casa, Douma frenó de golpe su frenético ritmo y comenzó a andar a pasos tranquilos, silenciosos y regulares, es decir, como andaba cuando estaba en templo, acompañando también su paseo con su falsa sonrisa.

Fue directo a la habitación del hombre, a quién se acercó sin  demasiada precaución, pues estaba solo. Puede que fuera muy rico, pero incluso a él la miseria lo rodeaba conforme se acercaba su muerte, como un recordatorio de que al final, él también era humano.

La Flor de Invierno (Douma)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora