8. Humana y demonio

116 10 2
                                    

Akaza se asustó con la sentencia de Douma, pues aunque este de normal mentía sin alterar su expresión, ahora la amenaza se había sentido diferente, como si su voz se hubiera deslizado de forma natural, como si por primera vez en mucho tiempo no estuviera actuando.

—Es de sangre rara, ¿verdad?—acabó por concluir.

Douma no dijo nada a continuación y esa fue la única respuesta que necesitó Akaza para darse media vuelta e irse por donde había venido. Lo sentía por esa muchacha de verdad, pero no era rival contra Douma, al menos aún.

Una vez Akaza se hubo marchado la segunda luna superior se deshizo de su yukata. Era precioso y muy caro, pero la sangre de su compañero lo había manchado bastante y así no podía entrar a buscar a Iwasaki.

Una vez se lo hubo quitado lo usó para enrollar el brazo seccionado de Akaza, para después tirarlo en una acequia contigua. Solo entonces considero que era momento de entrar a por Iwasaki.

Se la encontró como unos minutos antes, sentada en el suelo, con los ojos cerrados y las manos tapándole los oídos.

Ante esta situación se acercó muy lentamente y cuando la tuvo delante se agachó, tomando su rostro con suavidad unos momentos después. Notó algo humedo entonces, lágrimas silenciosas que habían comenzado a deslizarse mientras él estaba fuera hablando con Akaza.

—Iwasaki...Iwasaki, querida, ¿Quieres qué continuemos el camino?

—¡No quiero a ningún sitio, Douma! ¡Ve-vete a plantar lirios, por favor!

—No, nunca. Vámonos a casa, venga cariño, que si no, no llegaremos antes del amanecer.

—No...Yo quiero salir a la luz del día, por favor. Déjame salir a las luz del día, Douma, déjame que me de el sol.

Las lágrimas también comenzaron a deslizarse por las mejillas de Douma, al tiempo que en su cara se formaba un perfecto mohín de disgusto.

—Cariño, por favor, cariño.

Tras muchas caricias en la cara de la joven ella al fin abrió los ojos y dejó que Douma depositase un pequeño beso en su frente.

—Se me ha ido de las manos, enserio. Nunca más te haré nada así.

La voz se Douma era tan cautivadora y dulce que al final Iwasaki acabó creyéndole y besando sus labios suavemente antes de que él la cargase junto con su equipaje y reemprendiese el camino.

—¿Dónde está tu yukata?—le preguntó la joven a Douma una vez estuvieron en camino, con voz tímida.

—¿Mi yukata? ¡Ah sí! Lo tiré porque estaba manchado de sangre. Resulta que lo que oímos en esa cabaña cuando llegamos fue a un ladronzuelo que tenía su base de operaciones allí y al que golpeé para que se fuera. El yukata no me gustaba demasiado, pero si quieres puedo pedir uno idéntico o un kimono igual para ti.

—No es necesario, tranquilo.

Como ya era muy tarde y estaba derrotada, apenas unos minutos después Iwasaki acabó quedándose dormida, acunada por Douma, de modo que el viaje se le pasó volando.

Al llegar al templo de este aún faltaban un par de horas para el amanecer, en las cuales Douma aprovechó para bajar al subterráneo donde guardaba todos los cadáveres y cráneos de estos y se terminó un cuerpo que se había dejado a medias dos noches atrás. Después le cambió el apretado obi a Iwasaki por una cinta más ligera de uno de sus yukatas, le soltó el pelo, la descalzó y la metió en un futón situado a algo más de un metro de distancia del suyo propio. Por último él también se cambió y se metió en su propia cama.

La Flor de Invierno (Douma)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora