17. Hogar asfixiante

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Al atardecer comenzaba el culto, pero Douma antes tenía aún unos minutos de margen para visitar a Iwasaki.

Cuando abrió la puerta sin tomar ninguna precaución sabía que Iwasaki podía estar esperando al otro lado, preparada para atacarlo, pero le dio igual.

Sin embargo, esto no fue lo que pasó. Cuando abrió la puerta se la encontró sentada, apoyada en una pared, leyendo.

Se había cambiado de ropa, peinado como había podido. También se había comido todo lo que Douma le había dejado, así como se había bebido el agua. Parecía tranquila.

Cuando lo vio asomarse levantó un poco la cabeza y lo miró, pero enseguida se centró de nuevo en su lectura, evitando todo contacto visual.

Douma entró y se sentó junto a la puerta, que cerró a sus espaldas. No sabía que decir y tampoco creía que hubiese nada que fuera correcto en ese contexto.

Iwasaki, la chica de sangre rara, estaba delante suya. Era ya una adulta, por lo que su sangre rara ya debía de haber madurado, pero Douma no tenía hambre, así que no tenía ningún sentido matarla ya. Además, era tan buena...Sin duda, de entre toda la mediocridad humana, ella estaba entre lo mejor.

—¿Necesitas algo?—preguntó, intentando parecer amable, con una de sus habituales sonrisas.

Ella negó con la cabeza. Quería permanecer hostil, no olvidar nunca que estaba encerrada por culpa de ese demonio que ahora se presentaba tan amable ante ella.

Lo que quería era libertad, poder respirar aire que no estuviera tan viciado como el de ese sótano, notar los rayos de luz sobre su piel. Era eso o morir, pues no soportaba que la obligasen a permanecer en un lugar, llevaba escapándose de casa desde pequeña.

—Douma, ¿por qué no me has matado aún?—acabó por preguntar, tras armarse de valor. Tenía la voz rota, como se sentia por dentro.

—¿Sinceramente?

Iwasaki asintió.

—Vale—permanecía con expresión alegre y tono de voz antinaturalmente inexpresivo—Hasta hace pocos días eras demasiado joven y de momento no tengo hambre. Igualmente, la muerte que doy es indolora, no sé a que le tienen tanto miedo los humanos.

Iwasaki se revolvió en su sitio, incómoda.

—¿No sientes nada?

—No, en absoluto—contestó él, con sinceridad y después añadió—Tengo culto, así que me voy.

Hizo el ademán de irse, pero antes de que pudiera poner un pie fuera de la habitación Iwasaki lo atacó con nuevas preguntas.

—¿Y lo de que cuando eras pequeño llorabas en el culto es mentira?¿Y lo de tus padres también?¿Cuántas veces me has mentido?¡Venga, atrévete a decirlo!

—Nada de eso es mentira. Suelo decir la verdad, de hecho, a no ser que ocultar cosas sea mentir, algo que no es verdad tampoco, excepto en la boca de algunos humanos. Ahora me tengo que ir, pero ya hablaremos mañana. Le diré a Rôtasu ahora que te traiga algo.

Rôtasu, ella también estaba metida en ese maldito complot. Iwasaki se quedó unos segundos semilevantada, aún cuando Douma se fue y abrumada por ese intenso pero breve encuentro. Iba a morir, en cualquier momento.

Rôtasu fue unos minutos más tarde y ni siquiera se asomó, sino que simplemente dejó la comida y el agua y se marchó. Iwasaki tampoco tenía muchas ganas de hablar con ella.

Sola, más tarde y en medio de la noche se sintió muy desamparada y se tumbó en el suelo, casi deseando que Douma fuese y acabase con ella con una muerte indolora, como castigo por su estupidez.

La Flor de Invierno (Douma)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora