20. El misterio del lirio azul

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Pasó el tiempo, pasó mucho tiempo. Llegó el invierno, que heló el campo y la montaña y después la primavera, con el vigésimo cumpleaños de Iwasaki.

Durante ese tiempo, entre otras cosas, la joven visitó al anciano que le había prestado los libros de temática esotérica y escuchó atentamente la historia sobre que en su día él había pertenecido al culto de Douma y como toda su familia, excepto él, que había estado de viaje, habían sido víctimas del demonio.

Iwasaki quiso decirle que esa versión de Douma no existía ya, pero fue incapaz, porque ella tampoco se lo terminaba de creer del todo.

Durante ese tiempo, a la joven le dio tiempo de terminar de recopilar todos sus conocimientos, de pasarlos a limpio y conseguir un primer ejemplar que se convirtió en su guía de campo. No incluyó el lirio azul, por petición de Douma, aunque tampoco sabía mucho sobre esa misteriosa flor, solo que florecía unos días muy exactos en el norte de Japón, la que había visto junto Douma y la descripción física que había leído en un libro durante su infancia.

Así, poco después del primer aniversario, partieron de viaje al norte.

Como a Douma le daba un poco de cosa presentarse por allí después de lo ocurrido entorno a un año atrás, alquilaron una casa relativamente lejos de la zona y luego viajaron de noche hasta el pueblo de la luna de miel, de modo que llegaron allí al romper el día.

A pesar de que el viaje había sido cansado y de que no tenían demasiadas fuerzas, la joven pareja emprendió una larga caminata, que se alargó hasta medio día, para llegar al lugar donde se suponía que estaría el lirio azul y donde lo encontraron.

A Douma se le cortó la respiración al verlo. Había sido la obsesión de Kibutsuji durante siglos y Douma, incluso como demonio, no había logrado nada por la causa. Sin embargo, como humano, el mayor misterio, el del lirio azul, se había visto resuelto ante sus ojos.

—Douma—llamó su atención Iwasaki, mientras tomaba una flor—Ya que esta flor es mágica tiene sentido que posea algún tipo de mecanismo para evitar que los demonios la encuentren.

Él asintió, pues estaba totalmente de acuerdo.

—Sí, tienes razón—señaló la flor—¿Te la vas a llevar?

—Pues claro, ¿cómo quieres que la estudie sino?

Se agachó para recoger más flores y con la ayuda de Douma se hizo con unos cuantos ejemplares. Después comieron y volvieron por donde habían venido, caminando más lentamente que antes para que no les sentara mal la comida.

Así, aunque estaban llegando al pueblo cuando cayó la noche, no les dio tiempo a llegar a la urbe, momento en el que empezaron a pasar cosas raras.

Cuando recién había aparecido la luna en todo su esplendor, el joven matrimonio hizo una pausa, aprovechando el tronco de lo que parecía un tronco centenario como respaldo. Estaban muy cansados.

—Siento haberte metido en esto—dijo Iwasaki, bastante tensa. Desde que había descubierto que existían demonios pasaba las noches bastante tensa, aún llevando una pulsera con glicinas para auyentar a los demonios.

—No te preocupes—contestó Douma, sonriendo—Llevamos las flores de glicina, así que poco nos puede pasar.

—Sigo sin estar tranquila, lo siento. Si no te importa en cinco minutos nos ponemos en marcha otra vez.

—En absoluto. Creo que no estoy tan cansado como tú. Te puedo llevar tú libro si quieres.

—Que va, no te preocupes.

Después de esta importada respuesta, se hizo el silencio e Iwasaki tomó a Douma cariñosamente por el rostro, acercándolo hacía ella. Lo quería mucho, incluso con todo lo que había pasado.

La Flor de Invierno (Douma)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora