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—Es bueno volver a verte. —Dijo Jeno acercándose hacia Jaemin estirando su mano esperando a que el menor la estrechara.

Na lo miró unos segundos, mirando la mano estirada y luego el rostro de Jeno. Finalmente se posó aún más cerca del cuerpo del mayor e, ignorando completamente el brazo aún levantado, dejó un beso en la mejilla contraria, quedándose ahí un par de segundos y separándose a la vez que tronaba el beso. Jeno se quedó perplejo unos segundos, luego bajó el brazo y asintió lentamente.

Jaemin tomó asiento en aquel encantador sillón individual frente a la mesa con dos cafés, dos cucharas de metal pequeñas y algunas migajas. Regaló una de sus lindas sonrisas a el chico contrario.

—Lo mismo digo.

Una duda que rondaba por la mente de Jeno era la razón de Jaemin para parecer tan desesperado en encontrar una casa donde vivir.

Es decir, a simple vista, Jaemin luce como un buen chico que no rompe plato alguno mientras te seduce con su mirada y te maravilla con su sonrisa. Sus ropas de calidad te gritan millones de wons y la colonia que usa es simplemente exquisita, digna de un gran fajo de billetes. Y Jeno bien lo sabía, el tener buen dinero era cosa de la familia Na, probablemente los padres de Jaemin o algo así.

Entonces... ¿Por qué alguien querría irse de ahí?

—¿Para qué querías que nos reuniéramos? —Habló el menor tomando un sorbo de la taza blanca, sintiendo el olor del café adueñarse de sus fosas nasales.

—Cierto, umh. —Jeno se había perdido tanto en sus pensamientos que de pronto se sintió aturdido ante la pregunta del chico—. Bueno, en realidad son dos razones.

—Te escucho.

—Necesitamos hablar sobre lo de la casa, el hecho de que un chico como tú quiera comprar una casa como la mía es algo cuestionable, a decir verdad. Y lo otro, simplemente quería invitarte un café. —Dijo regalándole una sonrisa pequeña, diminuta, casi imperceptible.

Observó los dedos de Na aferrarse a la taza para llevársela a los labios nuevamente.

Era innovador ver a Jaemin en ese concepto; un chico usando un pantalón de mezclilla, una playera blanca y una chamarra de cuero negra —que se retiró llegando a la cafetería—. A su vez, tomaba un café con tres cucharadas de azúcar y, lo mejor de todo, podía ver su refrescante rostro gracias a la luz del día.

—¿Un chico como yo? —Cuestionó el más bajo.

—Umh, no lo tomes a mal, en definitiva, quiero decir...

—Se lo que quieres decir, no es la primera vez que oigo eso, creo que comienzo a comprender, sí.

Sin embargo, como era de esperarse, su rostro se veía algo apagado, sabía que ese chico tenía un algo que lo hacía distinto a los demás.

—¿Entonces...?

—Pues... Simplemente quiero salir de mi casa, ya sabes, mamá y papá son un desastre y los he soportado a ellos, a sus peleas, berrinches y exigencias durante años, pero ya no soy el adolescente de quince años que agacha la cabeza, ahora solo me iré y tu casa es ideal para mi presupuesto. —Habló tan tranquilo como si estuviera contando una historia ajena.

Jeno hizo una mueca, su café carecía de leche.

Todo el tiempo estuvo bajo la mirada no tan disimulada del menor y eso le ponía nervioso, más de lo que le gustaría aceptar.

Por su lado, el castaño no podía dejar de suspirar internamente con tan solo mirar a Jeno, era tan... Todo. Poseía una buena pinta en cualquier aspecto, eso definitivamente era algo de admirar.

Jeno lucía como el chico malo que te hace querer llorar, no del mal modo —o tal vez sí—, te hacía mierda y luego se encargaba de decirte que te amaba. A su vez, era de pocas palabras y de una atención espectacular; podrías contarle algo un día y lo recordaba por la eternidad. Atractivo en todo aspecto, más que comprobado.

Pero, ¿quién era Jeno en realidad? ¿Cuál era la vida de aquel drogadicto por las noches, conquista-chicos con café por la mañana?

Apoyó su codo en la mesa y ladeó la cabeza sobre su mano, dedicándole completamente su atención a Jeno.

— Me gustas. —Dijo sin más y Jeno casi se ahoga con su café, al que seguía faltándole leche.

—¿Qué?

—Que me gustas.

—Pero...

—No dije nada emocionante, relájate. —Interrumpía Jaemin, una y otra vez, mientras Jeno trataba de no derretirse ahí mismo.

Definitivamente ese chico tenía algo. Un algo que hacía que aumentaba su capricho de que Na Jaemin fuera suyo.

West Coast | NominDonde viven las historias. Descúbrelo ahora