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La calle se encontraba vuelta un tumulto de gente, justo en medio, tres enormes hombres enmascarados se dedicaban a entregar folletos.

—¡Señor! Venga, acérquese. ¿Ha recibido uno?

—¡Por favor asegúrense de tener todos un panfleto! Después de todo, les conviene, la recompensa por este hombre es exhuberante.

Verificando que todo aldeano posea dicho papel, los tres hombres se escabulleron rápidamente, antes de que el viejo reloj de la torre diera las doce en punto.

Todo en el pueblo se manejaba injustamente, todo el dinero era sucio. Bueno, tampoco se podía culpar a la gente, porque el rey, o más bien Dainsleif, no se hacía cargo del reino. Las personas buscaban maneras de subsistir, y si no se les brindaba algo tan básico como formas de trabajo honesto o protección, claramente no podrían negarse a los encargos de Tartaglia.

Oh, Tartaglia. Caudillo de toda la vida baja, de los rincones más lúgubres de Mirabella. Justamente quien ordenó a aquellos tres peones repartir boletas, anunciando que quien le entregara vivo a Alatus, recibiría cien monedas de oro.




Los suaves pasos resonaban por todo el gran salón, por más que el rubio intentara ser sutil, el inmenso y silencioso ambiente provocaba eco

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Los suaves pasos resonaban por todo el gran salón, por más que el rubio intentara ser sutil, el inmenso y silencioso ambiente provocaba eco. Delicadamente limpiaba los tazones de porcelana en los que serviría la comida para el rey, pero la tranquilidad de Aether se vió quebrada cuando unas suaves manos lo sujetaron por la cintura.

—¡Uh! —de un respingo se dió la vuelta, para observar a Lumine, quien se negaba a apartar su rostro del pecho de su hermano.
Supo inmediatamente lo que sucedía, Dainsleif había vuelto a tocarla. —Lumine, háblame, por favor.

—Él... Dainsleif, Aether, volvió a besarme. —dijo acomodando su bonito cabello detrás de sus orejas para no ensuciarlo con sus lágrimas. —Sin embargo no fue un simple beso, me tomó del cuello hasta despojar el aire de mis pulmones, mientras susurraba que...

—Lumine...

—¡Que desearía que fueras tú! Por supuesto, el inquebrantable rey de Mirabella no puede pecar deseando a otro hombre... ¡Y debe usarme en su lugar! —notablemente irritada empujó a Aether unos centímetros atrás, con la poca fuerza que le quedaba. —¿Por qué, Aether? Yo lo amo, ¿Hay algo que esté mal conmigo?

—No, no, por favor, no creas aquello. Conoces la excentricidad del rey, Lumine, no sé qué estará pasando por su desquiciada cabeza, pero él no puede... no puede estar hablando en serio. —durante los dieciocho de su vida, los cuales vivió sirviendo a la corona, no había intercambiado palabras con Dainsleif más que para ciertos detalles banales, todo dentro del estrecho marco de amo y empleado. ¿Por qué diría algo como aquello?

—Siempre tú, cautivando la atención de todos, con tu adorable cara y ejemplar comportamiento. Estoy harta, Aether, cansada de ser tu sombra. ¿Cómo es que puedes gustarles más a los hombres sin ser una mujer? ¡Eres uno también! Fíjate en las chicas, deja de arrebatar todo para ti.

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