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Golpes incesantes en la puerta terminaron por hacerlo levantar de la cama, alguien había estado tocando su puerta por... ¿cuánto?

Media hora, quizá.

Las ojeras enormes que llevaba demostraban su clara falta de sueño, no había podido descansar desde aquella noche. A pasos pesados y temblorosos se acercó a abrir, y antes de que pudiera si quiera adaptarse a la luz brillante del mediodía, una sacta de palabras agresivas lo golpearon en la cara.

—Ha pasado una semana desde entonces, ¿en serio has preferido quedarte en tu pocilga a follarte a la tarada de Yoimiya como un perro en celo en vez de ir a verlo? Me repugnas.

—¿Qué? —retrocedió un poco para estabilizarse.

Los ojos incrédulos del azabache lo asesinaban. Debido a la clara diferencia de tamaño, y contando con que Tartaglia estaba parado sobre la grada de la puerta, Scaramoche tenía que levantar toda la cabeza para observarlo; pero no por eso dejaba de ser intimidante.

—Son las cinco de la mañana, ¿puedes hablar más bajo? —pidió en un susurro, mientras se hacía a un lado para dejarlo pasar.

—¿¡Cinco de la mañana!?

El mayor se giró para observar el reloj que se encontraba en la pared del pasillo, el cual apuntaba exactamente las 12:30 pm.

Oh.

—Ah, bueno, sólo cálmate.

—¡No! y voy a hablar más fuerte si me da la gana, imbécil. —apresuró sus pasos hasta la habitación del mayor, quien iba por detrás de él, aturdido.

Observó bajo la cama, dentro del armario, detrás del perchero... y nada.

—¿Dónde la metiste? —gruñó.

—¿De qué mierda hablas?

—Yoimiya, ¿dónde está? —caminó hacia la sala, continuando su búsqueda.

—¡Ven aquí! tampoco creas que voy a soportar tus arranques.

—¿Dónde está? —dijo molesto, pasando a darle un vistazo a la cocina.

—¡No es de tu incumbencia! —la sien de Ajax palpitaba, la migraña lo iba a matar.

—¡No es lo que te estoy preguntando!

Un suspiro fuerte y el más alto estalló, sujetando al menor por los hombros y estrellándolo contra la pared; quien ni siquiera se inmutó, pues estaba acostumbrado a este tipo de trato.

—Él. Quiso. Matarse. —dijo forzando el contacto visual, y pausando después de cada palabra.

—No lo digas... —sus manos fueron a parar al cuello del otro, ejerciendo presión y esperando que el otro se callara.

Pero el azabache simplemente sonrió de lado. —Por. Tú. Culpa.


 Culpa

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