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Cada fibra de su ser parecía pesar una tonelada, ¿qué es lo que le sucedía? Deseaba moverse, huír de ahí, o mejor dicho, huír de aquellos brillantes ojos, que lo atravesaban profundamente. Estaba asustado, pero por algún motivo, sabía que el de cabellos dorados no se le acercaría a menos que él accediera.

—Por favor, permíteme ayudar... —volvió a pedir Aether, ya por tercera vez, el lamentable estado del hombre le hacía retorcer el corazón.

Finalmente Alatus cedió, como un gato asustado y acorralado, estaba tenso contra la pared, apenas notándose el leve movimiento de su pecho al respirar; cosa que hacía con lentitud y pesadez. El otro sin dudar rompió parte de su impecable mandil, sabía que Lumine le reprocharía, pues este era un regalo suyo, y estaba prácticamente nuevo; se resignó a la idea de tener que coserle alguna tela de los viejos delantales del depósito, quedaría remendado, pero era por una buena causa.

Ayudar nunca, nunca sería una molestia para él.

Con cuidado acercó su mano al abdomen del de cabellos cerceta, con la intención de suspender su sucia camisa y limpiar la herida que aparentaba ser de puñal, esta sangraba sin parar, pero pasos comenzaron a sentirse cerca; livianos como plumas, pero suficientemente sonoros como para que los entrenados oídos de Alatus los escucharan. Por reflejo, tomó la delicada mano de Aether, la cual le generó la sensación de estar tomando una rosa por sus pétalos, suave y delgada, tiró de ella, haciendo que cayera directamente sobre él, más exactamente, con el rostro a centímetros de su... Ah.

El rubio estuvo apunto de refutar, no enojado, pero sí sorprendido por tal acción; sentimiento que incrementó cuando Alatus le cubrió la boca con la mano, susurrando un suave "silencio" en su oído. El roce de aquella palabra, tan ligera como el viento, pero tan grave que le herizó todos los vellos de la nuca, no, de todo su cuerpo; produjo en Aether algo totalmente diferente, no supo describir.

El de cabellos oscuros trató de mantener compostura, jamás en la vida tuvo contacto de algún tipo que no fueran golpes, en el mejor de los casos, un poco de atención médica si estos eran demasiado graves. Aunque tampoco es como si necesitara algo más, detestaba la cercanía; pero, ¿qué carajos sucedía con su rostro? se abofeteó mil veces internamente por sonrojarse.

Trató de convencerse a sí mismo que era por la vergüenza de encontrarse en tal situación con un hombre (pensaba él) adinerado, o de buena familia, y que además era tan precioso como las estrellas.

Pero ambos dejaron cualquier estupidez de lado cuando la voz de una mujer, con un tono bastante autoritario, procedió a decir:

—La recompensa por Alatus ha subido a 500 monedas de oro.




Dainsleif mantenía, por debajo de la mesa, una relación de beneficio mutuo con Ajax, tratos sucios, y un acuerdo en el que mientras del pelirrojo mantuviera a margen al pueblo, es decir, atemorizado y sumiso

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Dainsleif mantenía, por debajo de la mesa, una relación de beneficio mutuo con Ajax, tratos sucios, y un acuerdo en el que mientras del pelirrojo mantuviera a margen al pueblo, es decir, atemorizado y sumiso. Pero ambos ocultaban el más grande odio hacia el otro en secreto, dicha relación prontamente llegaría a su fin, según Tartaglia predecía; lo cual lo tenía nervioso.

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