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—¿Qué? —preguntó el pelinegro totalmente atónito.

El más alto suspiró, su cabeza iba a estallar, sentía como la arteria en su sien se inflamaba, con el estómago totalmente revuelto y amenazando con devolver lo poco que había comido el día anterior, respondió; o más bien intentó responder.

—No tuve opción-

—Cállate. —interrumpió el bajo, colocando una mano en su boca. —Eres de lo peor, un simio repugnante, es lo más asqueroso que haya podido escuchar salir de tu enorme boca. No quiero saber más.

Sus grandes ojos violetas lo miraban con completa desaprobación y de repente el pelirrojo se sintió confundido.

—¿Y a ti qué te importa? —se levantó del escritorio, apoyando sus grandes manos con fuerza, desafiándolo. El menor se levantó de este e imitó su posición, no dejándose intimidar por la oscura mirada azul. —De "rubia afeminada" nunca lo bajaste, ¿por qué vienes a reprocharme?

Scaramouche vaciló, ¿era posible tanta estupidez en una sola persona?

Sí.

Se auto-respondió, después de todo, era Tartaglia.

—Porque por él creí que dejarías de ser un loco sin alma ni sentimientos. ¿Estás tan sólo escuchándote? acabas de violar a la persona por la que jurabas dar la vida.

El corazón de Ajax se hundió.

Sintió como poco a poco le faltaba el aire y sostenerse sobre sus pies le fue difícil.

—Tú eres la misma mierda, Scaramouche. —trató de defenderse por última vez.

—No, imbécil, escúchame. —suspiró. —Sabes perfectamente que yo trabajo aquí, arriesgando mi inútil vida todos los días, sin remuneración, simplemente con la esperanza de que tu tonto escuadrón de mierda encuentre a...

No hacía falta mencionar su nombre, ambos sabían a quién se refería.

—Y si eso no es suficiente para tu arrogante cabeza, ni siquiera sé si me recuerda. —soltó una sarcástica risa y su voz se quebró. —O si está vivo.

El nudo que se había formado en la garganta del mayor hace un rato se apretó tanto que sentía asfixiarse, sus puños se apretaron con impotencia al no poder formular respuesta. El pelinegro lo miró con desprecio por última vez y salió del lugar azotando la puerta.

Esa noche los ojos azules de Tartaglia desbordaron tantas lágrimas como el océano pudiera albergar.

No aceptando haberle creído a la mujer que apenas conocía antes que a su novio.

Claramente no merecía el amor que recibía.

No merecía a Aether.

No merecía absolutamente nada.

Pero definitivamente no lo dejaría nunca.


Pero definitivamente no lo dejaría nunca

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