la silla de la discorida

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En una tarde de la cálida primavera, los conocí a ellos, a aquellos que iban a hacerse mis amistades. A aquellas personas en las que sabes confiar, en las que podes contar cualquier cosa sin el que prejuzgarían. Era todo tan maravilloso, pero poco a poco veía como aquellos se conocían más entre sí, uno tenía una mirada tan cómica mientras que el otro, una sensación de amabilidad. Ambos formaron gran parte de mi circulo social, en aquel momento del atardecer, en el viaje a un momento de disfrutar del té con ellos. Todavía más cercanos y yo un poco guardando la distancia, nos sentamos y empezó la charla, una charla de palabras tan insulsas pero tenía que interesarme a toda costa para seguir un hilo tan fino como nuestros lazos, en un momento, me sentí tan mal conmigo mismo, con lo que yo dependía, con el callar del silencio eterno y aquello que pretendía aguantar, soportar, tolerar y gustar, me parecía estúpido, pero eran las únicas personas que me valoraban, o eso creía, cuando despejo mi mente en la merienda, me doy cuenta que estoy en la silla de la discordia.
Pensé que aquella discordia y tristeza, se irían junto a esa silla, pero nunca desapareció, me iba consumiendo poco a poco ¿Qué pensarían los demás de mí? ¿Qué tendría que hacer? ¿Por qué hago esto? Tantas preguntas para un iluso con dependencia del otro, mi cabeza rondaba por el pensamiento de la multitud que puede llegar a ser tan hiriente y tan ignorante como estúpida, pero todos eran mis pensamientos invadiendo aquellos lazos que tenía con las personas que me querían, las que yo quería, creía en aquello que era mutuo, pero ¿Si no resulta como yo esperaba? Ver como se complementaban y reían, mientras yo me quedaba como un amargado, mis ganas de conversar eran prolongadas pero mis pensamientos invadiendo y comiendo mi mente era absurda, era el otro lazo, aquel que solo estaba cuando uno de ellos no estaba, o ni siquiera eso, mi llanto hacía que mi listón tan pastel, sea arrugado, despedazado por mí mismo, pero aquel listón, se sentía tan bien cuando recibía un alago o premio de otra persona, aunque, se sentía vacío por dentro posteriormente.
Aquel té de arándanos con frambuesas de la juntada, ya no tenía ese sabor silvestre, si no uno podrido y cansado. Esos lazos aun preguntándome si estaba bien, sabía que no lo estaba, pero con una sonrisa de felicidad de farsa, sabía que mi egoísmo y mi tristeza ponían en preocupación a los demás, pero, poco me importaba, todos los viernes volvía a aquella silla a escuchar como era el tercero, como era olvidado poco a poco y me encerraba en aquella nube de ensueños que tenía, sin pensar en los demás, solo en mí y solo que me podía pasa estando solo. Aquellos tostados de jamón y queso que serían devueltos por la corriente tan vulgar y sucia en el mismo lugar donde la silla de la discordia, me sustituyó para tomarme a mí como un té de manzanilla para que descanse en un profundo sueño, la melancolía traspaso a la tristeza, y aquello paso a ser silencio, y ese silencio paso a ser un amargo resentimiento

Otoño en mi saco (Parte 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora