II

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Corre sin entender que ha pasado, solo unos minutos y toda la algarabía del festival de la cosecha se ha sumido en gritos, sangre y desesperación, sus pies no pueden correr más, las getas han quedado perdidas entre la multitud que también huye de los soldados que esparcen caos y fuego a su paso. Ha perdido a la criada que le acompañaba entre la gente, tampoco puede ver al guardia que iba con ellos, todo el mundo busca escapar de los soldados.
Reconoce el emblema carmín cuando uno de los soldados pasa montando a caballo a su lado cerrándole el paso antes de caer al lodo manchando en kimono azul que lleva. El loto rojo es el símbolo del gobernante rojo, del hombre al que su padre desafío a guerra hace tiempo. Sus ojos miran con pánico al soldado frente a él, más imponente aun sobre el caballo en el que va, no logra reaccionar hasta que su cuerpo es tirado abruptamente por otro soldado a quien escucha canturrear su suerte por encontrarle. Sin más, es arrastrado por otro par de soldados entre la multitud que huye de ellos dejándoles el paso libre.
Cuando su cuerpo es liberado y cae al suelo solo puede ver las patas de un caballo negro frente a él, sabe quién lo monta, ha escuchado las historias, frente a él se alza el mismo gobernante rojo, no alza la vista, sabe que no debe, y solo escucha como ordena que lo lleven a su palacio y retirarse del pueblo que es consumido por el fuego. Luego de aquello es subido a un caballo mientras otro soldado le ata las manos. Desde la colina a las afueras del pueblo aún puede ver el fuego que consume las casas a su paso, y escuchar los gritos a la lejanía aun cuando no sabe si solo son sus recuerdos o el verdadero eco de la noche.
Luego de un viaje a caballo que dura casi una eternidad para él, el palacio rojo se alza frente a su mirada iluminado por los rayos del sol alba, amurallado en sus terrenos e imponente como siempre ha escuchado. Es arrastrado por los soldados a la gran sala del trono y arrojado a los pies del gobernante rojo, solo entonces se vuelve consciente de su realidad, ahora es prisionero del enemigo de su padre, una sensación fría se apodera de su cuerpo, su vida está ahora en manos del hombre imponente frente a él. Su cuerpo comienza a temblar por el miedo y la ansiedad le insta a rogar por su vida, porque esa es su naturaleza, no conoce más y espera que eso le siga manteniendo con vida. Se arrodilla y baja la cabeza frente al gobernante rojo, solloza implorando misericordia mientras ruega que su destino no sea la muerte.
Por unos minutos no escucha nada más que las respiraciones a su alrededor, luego una risa burlona y las pisadas de los soldados alejarse antes de escuchar la puerta corrediza ser cerrada, contiene la respiración esperando lo peor, pero nunca llega, sigue vivo y solo entonces alza un poco la cabeza mirando los pies del hombre frente a él más cerca de lo que estaban antes, vuelve a quedarse sin aire cuando siente una mano tirar de su brazo haciendo que se levante del suelo, apenas y puede mantenerse en pie cuando escucha la imponente voz del gobernante quien ordena que se lo lleven y lo preparen.
El soldado que le toma por el brazo lo saca de la gran sala llevándolo por el pasillo que da a los interiores del palacio, es arrastrado hasta los baños donde es entregado a las criadas quienes lo llevan dentro mientras el soldado les da indicaciones, no escucha lo que les dice, pero cuando vuelven con él dentro de los baños se ven menos intimidantes que cuando le sujetaron para hacerlo entrar. Sin decirle nada le desvistieron y lavaron a conciencia, le perfumaron y secaron, aquello era algo extraño para él, pero todo cobro sentido cuando trajeron a la estancia la ropa que le pondrían, solo podía ver blanco y entonces lo comprendió.
El kimono blanco frente a él, con pequeños y sutiles bordados le es ataviado mientras él no logra procesar aquella decisión, no puede pensar en nada más. Cuando terminan de prepararle es devuelto a la gran sala del trono donde un sacerdote y el gobernante rojo les esperan, no dice nada, no puede y no debe porque al final de todo ese destino es mejor que la muerte, aun cuando en ese momento quisiera estar muerto. Escucha al sacerdote cantar y rezar por la unión que celebra mientras trata de contener las lágrimas, su opinión no cuenta y eso lo sabe, toda su vida ha sido así. Cuando todo termina el aire vuelve a sus pulmones, solo un momento antes de ser tomado por la muñeca por el gobernante rojo quien tira de él para que le siga, no dice nada solo se deja llevar sabiendo cuál es su destino.
Vuelve a implorar misericordia una vez que están en los aposentos del gobernante, no le importa arruinar el kimono blanco prefiere rogar por su vida al hombre delante de él, pero no escucha respuesta, nada sale de su boca durante varios minutos hasta que siente que una gran mano le toma del brazo y suavemente le levanta del suelo, sus ojos suben hasta encontrar los azules que pertenecen al hombre del que ahora es consorte quien le mira detenidamente mientras le suelta permitiéndole estar en pie, no le dice nada y tiene que contener un jadeo cuando le ve tomar la daga que guardaba en su cintura. Su mano se siente arder y luego el líquido carmín corre por su muñeca hasta caer sobre el futón blanco frente a ellos, sin una sola palabra durante los segundos que la sangre mancha la pulcra tela.
- ¿cómo te llamas? – la voz del imponente hombre frente a él es fuerte y autoritaria.
- i… Izuku… - apenas y puede susurrar aun ahogado por el miedo.
- bien… Izuku, ahora eres mi consorte… no te are nada, pero no puedo decir lo mismo de tu padre – sin decir más suelta su mano que ahora ya ha manchado el kimono blanco antes de dejarle solo en la habitación, ahogándose en su llanto mal contenido y siendo devorado por la sensación abrazadora de que solo ha pasado de una jaula de oro a otra. Al poco tiempo las criadas llegan para llevarse el futón llevando uno limpio para reemplazarlo, así como ropa de cama y un kimono nuevo. Ninguna pregunta por lo que ha pasado realmente y agradece internamente por ello, se deja arreglar por una de las criadas quien también cura su mano y al final es dejado solo en la habitación permitiéndole volver a llorar su desventura mientras los rayos del sol se reflejan en la puerta.
No sale de la habitación, una criada le ayuda a vestir, vuelve a curar su mano, y le traen las comidas, pero el gobernante rojo no ha vuelto a verle y aun así no ha dejado de llorar cada tanto. Al segundo amanecer de su llegada al palacio el gobernante rojo entra a la habitación mientras una de las criadas le termina de vendar la mano. Una vez quedan solos el gobernante rojo se acerca hasta quedar frente a él observándole solamente, pero eso no evita que vuelva a sollozar e implorar nuevamente por su vida mientras mira al suelo pidiendo que no lo mate, aquello tan grabado en su memoria aun cuando la jaula ha cambiado.
- mírame – la voz del hombre frente a él es autoritaria, y no puede evitar el efecto que causa la orden dicha, sus verdes ojos se alzan hasta encontrar los azules que le miran con una expresión indescifrable en ellos perdiéndose en esos lagos profundos hasta que la gruesa voz se vuelve a alzar – ahora este es tu hogar… eres mío, ante todos me perteneces, eres mi consorte ahora… - un sollozo mal contenido escapa de su garganta – y como tal serás tratado –  el imponente hombre no dijo más antes de salir de la habitación, solo cuando escucho la puerta cerrarse dejo de contener los sollozos, ahora esa sería su vida y su destino, sabía que su padre no iniciaría una guerra solo por haberlo perdido, él ya lo sabía y aun así esperaba que por una vez el orgullo de su padre pudiera más que la repulsión que le tenía, por una vez deseo equivocarse.

La provincia rojaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora