Capítulo 14

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—Déjame procesar... —Houston se echa sobre la cama y mira al techo, como si dentro de su cabeza comenzara a imaginárselo todo—. ¿Estás diciendo que el dictador a quien has odiado durante estos años es tu nuevo vecino y además le gustas? Eso suena muy... cómo decirlo...

Si alguna vez tuve que socializar con un hombre, fue con Houston. Aunque siempre me mantuve al margen en lo que al sexo opuesto respecta, Houston fue y siempre será la excepción.

Cuando llegué a mi actual departamento, junto con mis padres, parecía que jamás podría tener a alguien con quien socializar; generalmente, en departamentos de ese estilo viven solteros junto con amigos, o personas ya de edad madura que trabajan. Yo quería quedarme en la casa de mi abuela —uno, porque quedaba justo al lado del jardín donde conocí a Anne y, dos, porque una niña como yo deseaba correr por el patio de una casa—, pero no, mis padres habían tomado la decisión de mudarse a un escuálido departamento lejos del jardín de niños. Alejados de mis amistosas vecinas, del patio de mi abuela y el parque. Estaba tan molesta que me propuse hacerles la ley del hielo a mis padres y escaparme con mis cosas de vuelta a la casa de la abuela. Sin embargo, mis amargos pensamientos de niña pequeña, con serios problemas de disciplina, se vieron opacados cuando un pecoso niño se rio de mi vestimenta.

Tenía cinco años, había salido a escondidas de mis padres con el fin de volver a mi antiguo hogar. Puedo recordar a la perfección como la risa burlona de Houston se oyó por todo el pasillo, enseñando sus dientes careados debido a su adicción por los dulces. Claramente yo no me quedé callada, lo primero que hice fue jalarle el pelo para que dejara de burlarse de mí; mala idea, su risa cambió a un llanto explosivo que llamó la atención de sus padres y de los míos, así que terminé siendo delatada por los lloriqueos de un niño. Mis padres me regañaron por haberlo golpeado, pero me excusé diciendo que él se había reído de mi ropa. Finalmente, los dos tuvimos que disculparnos y hacer las paces, desde entonces, nos volvimos amigos inseparables.

Antes de entrar a Jackson, más o menos por las vacaciones, recibí la no tan alentadora noticia de Houston: «voy a mudarme». Toda mi feliz niñez decayó con la desafortunada noticia. Sin internet, ni teléfono celular, todo lo que nos quedó como contacto eran unas cartas bobas que luego de un tiempo dejamos de enviarnos. Así, nuestra amistad de años se enfrió y nunca volvimos a vernos...

Hasta hoy.

Es realmente extraño ponerse al tanto de todo en unas pocas horas. Pero, lo más anormal aquí es que nos reencontremos en Los Ángeles, en un hotel siendo vecinos, como los viejos tiempos, y compitiendo en un concurso de deletreo.

¿Quién dice que las casualidades no existen?

—Es imposible, lo sé —concluyo la frase por él.

—No, no —vuelve a sentarse en la cama—. Más bien... extraño. ¿Por qué crees que no puedes gustarle a ese tal Chase?

—Am... —me siento a su lado y muevo mis piernas a los lados, chocando contra las suyas—. Son muchas las razones como para no creerle a Chase; una de ellas es el cuentito que dijo sobre la primera vez que nos conocimos. La otra, es que hay un enorme trecho que separa mi mundo del suyo.

—Bueno, pero... —volteo a verlo— ¿Qué piensas tú de él?

Lanzo un resoplido que se oye como el de un caballo.

—Lo odio.

Houston blanquea los ojos.

—Ajá, por eso me estás contando sobre él.

—Eso es porque...

Antes de inventar alguna excusa válida que argumente los inexplicables motivos por los cuales estoy sentada sobre una cama, junto a mi amigo de infancia, hablando sobre Chase, unos golpes en la puerta me salvan. ¿Han odio esa frase que dice «salvado por la campana»? Bueno, creo que es preciso recordarla ahora. Técnicamente, los golpes en la puerta me han salvado de... de... ¿de qué?

Rompiendo tus reglas ⚡️Versión antigua ⚡️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora