2. La hija del Diablo

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UNO

2006, dieciséis años antes de conocer a William Norton...

—¿Están aquí?

Rachel Stein estaba sentada sobre el suelo de su habitación, con la cabeza gacha, lo suficiente para que no pudiera verse su silueta a través de las cortinas traslucidas. A su lado, su hija, Sophie Stein jugaba inocentemente con una muñeca, balbuceando una conversación que solo ella podía entender, creía que su madre jugaba con ella. Por otro lado, sobre sus cuclillas, Howard Stein, su esposo, miraba sigilosamente por la brecha que se formaba cada vez que el viento levantaba sutilmente las cortinas.

—¿Son ellos? —insistió Rachel— ¿Qué vamos a hacer si son ellos?

Howard se alejó de la ventana gateando, se sentó junto a su esposa e hija y las abrazó a las dos. Sophie, que no entendía lo que le pasaba a sus padres, se sintió sofocada; intentó levantarse, pero su madre la agarró del brazo y la regresó al suelo, frustrándola aun más. Rachel notó que esta estaba a punto de hacer un berrinche, así que le entregó una barra de chocolate, calmándola.

—Mete a la niña al armario —sugirió Howard, susurrando.

—No aguantará.

Ambos se miraron mutuamente durante un instante, esperando que la solución saliera de la boca del otro. Estaban completamente en blanco. La única solución que aparecía en la cabeza de Rachel era pelear y huir, pero su esposo jamás aceptaría hacer eso.

Howard se mordió el labio inferior y negó con la cabeza, frustrado.

—No debimos mandarla a la primaria. —Howard ya había dejado de buscar respuestas y se enfocó en encontrar culpables—. Tenías que enseñarle a controlar ese maldito ojo.

Sophie, que detestaba la particularidad de su ojo derecho, dejó de lado su muñeca y levantó la mirada para ver a su padre. Su ojo izquierdo de color miel adornaba perfectamente su rostro de muñeca de porcelana, sin embargo, su ojo derecho brillaba en un intenso rojo, representativo de los demonios. Ninguno de sus padres presentaba signos de ser un demonio, pero, sin duda, alguno debía serlo.

Con los ojos cristalizados, se levantó repentinamente y arrugó el rostro, avisando del llanto más escandaloso que esa familia no había escuchado en semanas. Pero Rachel fue más rápida; sofocó el grito de la niña, mientras que con su brazo libre la abrazó, a modo de inmovilizarla más que para calmarla.

El timbre de la puerta sonó, alertando a los familiares.

—Al armario, las dos —mandó Howard—. Diré que no están en casa.

Sin muchas opciones, Rachel levantó a Sophie del suelo y, sin quitar la mano de su boca, la llevo dentro del armario. Ahí dentro el espacio era reducido, siendo ocupado mayormente por abrigos y cajas de zapatos. Sophie, pese a no caer en cuenta del todo sobre lo que estaba pasando, de alguna forma, llegó a comprender que estar apretadas dentro del closet las estaba manteniendo a salvo de algo o alguien, así que se acurrucó en el regazo de su madre y cerró los ojos, con la idea de que, cuando los abriera, todo habría terminado. Rachel apreció el comportamiento de su hija y por fin pudo relajarse un poco. Se abrazaron.

Desde dentro del armario, madre e hija escucharon a Howard bajar las escaleras hacía la puerta principal, mientras el timbre era tocado insistentemente. De pronto hubo silencio, señal de que habían abierto la puerta, luego:

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⏰ Última actualización: Dec 04, 2023 ⏰

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