TRES.
Ese mismo día, por la tarde, William regresó directamente a su departamento. Normalmente tendría que tomar el autobús a la universidad inmediatamente después de terminar sus horas de trabajo matutino, pero esta había cerrado sus puertas debido a la tormenta, que para ese entonces ya solo era una brisa helada. Tenía el resto del día para disfrutar, así que sin muchas ganas de pensar en lo que le deparaba el futuro con la deuda del departamento, se preparó un café de microondas y se sentó frente a su pequeño televisor para ver las repeticiones de los programas y películas que tenía en DVD. Empezó con una película de superhéroes, pasando por algunas películas de cine antiguo —gusto que Lucy le había inculcado—; y, para antes de que el sol se escondiera, terminó mirando casi por completo una comedia romántica coreana. Para ese entonces ya tenía el estomago y la vejiga llena de palomitas y café. Se metió al baño.
Después de expulsar los desechos del cuerpo, se dirigió a lavarse las manos; pero, en el trayecto del retrete al lavamanos, sintió un dolor de cabeza intenso, como un pinchazo que sube desde los ojos a la nuca. Prácticamente se arrastraba al caminar. Lleno sus manos de agua y se la echó al rostro, pero lo único que logró fue congelarse la cara con una temperatura de por debajo de los cero grados Celsius. Instintivamente se miró al espejo frente a él, intentando averiguar que sucedía consigo mismo. Fue entonces que lo descubrió.
A través de su espejo, William se percato de que sus ojos se habían tornado en un celeste brillante. Pero no fue lo que más lo sorprendió. Antes de que pudiera preguntarse como era posible que sus ojos cambiaran de color, sintió una presencia a su lado, la podía ver por el rabillo del ojo. Frente a él, en su reflejo, la presencia se veía difusa por el vaho del espejo; sin embargo, estaba claro que algo vivo le estaba respirando la cabeza. Con temor, William limpió el vaho con sus manos desnudas, revelando a la criatura. Era un demonio, y le estaba susurrando al oído. Era grande, pues tenía que jorobarse para alcanzar su oreja; su rostro y cuerpo eran esqueléticos, su oscura piel —o, más bien, pellejo— le colgaba por todas partes, como si se la hubiera robado a alguien más y la estuviera llevando por encima.
William cayó sobre sus glúteos. Inevitablemente, dejó escapar un alarido que se alcanzó a escuchar por todos los departamentos en el edificio. Pero no había tiempo de quedarse mirando, había comerciales en la televisión que te advertían que era lo que tenias que hacer en caso de ver a un demonio en tu casa, siendo el primer paso abandonar la vivienda y llamar a la CDAD. Siguiendo la normativa, William corrió hacia el sofá para tomar su celular, perseguido por el demonio, quien más que intentar asesinarlo, lo seguía con curiosidad. Antes de poder salir del departamento, el demonio se colocó frente a él, frenándolo. Nuevamente, William estaba en el suelo, vencido, rogando por su vida.
—¿Puedes verme? —preguntó el demonio con una voz sollozante.
—Sí —respondió William, tembloroso.
De pronto, el demonio se echó para atrás, temeroso. Negaba con la cabeza, y el pellejo que le colgaba en la papada se columpiaba de allá para acá.
—Ahora lo veo. —Señaló a William con sus dedos largos y podridos, mientras se deslizaba hacia atrás—. Esos ojos, esos malditos ojos los conozco.
Y el demonio desapareció, hundiéndose en el suelo, probablemente bajando de vuelta al infierno.
William se incorporó, aun temeroso de que el demonio pudiera regresar. De cualquier forma, salió de su departamento. Ahí afuera seguía a una bajísima temperatura, pero su miedo lo hacia ignorar ese hecho o, de algún modo, su cuerpo se había vuelto mucho más tolerante al frio. En el pasillo, un vecino salió, preocupado por los gritos que William estuvo soltando minutos antes. Era el señor Gerald Carrel, un hombre mayor de 74 años que conocía a la madre de Will antes de ser asesinada. Sin embargo, no salió solo; a su lado tenía a un demonio, susurrándole al oído también. Este demonio era bastante más pequeño, tanto que se tenía que colgar en el cuello del anciano para alcanzar su oreja. Parecía un mono sin cola con la cabeza cadavérica de un niño y, como es normal en los demonios, su piel era oscura y sus ojos brillaban en un intenso carmesí. Al ver esa escena, William cubrió su boca, ahogando un alarido, limitándose a apuntar al hombro del señor. Gerald, confundido, trató de acercarse a su joven vecino, pero este se apartaba.
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MATAR AL DIABLO
خيال (فانتازيا)En "Matar al Diablo", sumérgete en un mundo distópico invadido por demonios, donde la vida aburrida de William Norton toma un giro inesperado. Un encuentro con una misteriosa y hermosa mujer perteneciente a la Comisión de Defensa Anti-demonios (CDAD...