Karen Jimenez
-¿Y por qué no se lo preguntas a él directamente? – dijo una voz. ¡No podía ser Maxwell!
-¿Ma.. Maxwell? – dije girándome. Mi cara era todo un poema, si él había querido que estuviera sorprendida, lo había conseguido.
- Hola cariño – se acercó lentamente. Su cara demostraba paz y calma. A pesar de sus ojeras, estaba guapo. Que va, guapísimo. – ¿Cómo has estado? No he podido evitar preguntarte, perdón. Te veo un poco más delgada ¿Has comido bien? – su voz denotaba preocupación.
Estaba a punto de no contestarle, pero la alegría que me invadió solo al verlo pudo más. No quería discutir.
-Hola Maxwell, si te digo que estoy bien miento. He comido gracias – mi voz sonaba tranquila, pero a la vez firme. - ¿Cómo entraste aquí? ¿Cómo... me encontraste?
- Saltando por la valla del jardín y gracias a tu amiga Ángela - Cielo santo, eso explicaba las manchas blancas en la ropa. ¿Se encontró con Ángela? Pero ¿por qué se había molestado tanto? - Vine a verte, quería saber cómo estabas- se acercó un poco más, y por acto reflejo di un paso atrás.
- Maxwell, de verdad que no quiero discutir contigo, estoy bien a pesar de todo. Ahora ya lo sabes así que puedes irte – mi voz empezaba a quebrarse. ¡No! ¡Por favor! Suplique a cualquier parte de mi cuerpo que se encargara de las emociones, de mi voz. Solo sabía que no quería que Maxwell me viera con el corazón en mil pedazos.
-Jane no solo he venido a eso – su rostro se tornó de angustia y desesperación – He venido porque no puedo estar lejos de ti más
- ¿Qué... que quieres decir? – dije casi sin habla.
- Escúchame por favor. La he pasado mal estos días sin ti, el día en que te marchaste me di cuenta lo mucho que significas para mí. Perdóname, por todo lo que te dije, fui un tonto, tarado, cabeza dura, como tú me quieras llamar, insúltame si quieres, pero no me digas que es demasiado tarde – por fin llego delante de mí y me hizo su gesto habitual, el poner su mano contra mi mejilla.
- Maxwell yo he sufrido mucho por ti – sollocé.
- ¿Crees que no lo sé? Perdóname sé que no te merezco, y me pongo enfermo cuando sé que es por mi culpa que lloras – su gesto se descompuso, tenía lágrimas en los ojos, y eso dio en el clavo en mí. Puso sus dos manos sobre mi cara y su frente se posó en la mía – Ven, quiero mostrarte algo.
Al principio me resisto pero Maxwell me dice que solo tomara un tiempo. Me quedo confundida cuando veo que no salimos de la casa, sino que nos dirigimos al final de la hacienda. Por lo lejos veo un montón de puntitos brillantes, pero conforme voy acercándome, registro que son al menos dos docenas de velas encendidas. Parece todo tan mágico, hay una mesa conocida – lo es porque fue tomada de la casa – con un mantel precioso brillante y loza. Cuando finalmente llego, Maxwell me indica con un gesto que me siente. En el centro de la mesa, hay un jarrón con flores recién cortadas. El jarrón es de cristal, muy brillante que al instante me gusta ¡Me encantan las cosas brillantes! Observo también que hay un tocadiscos antiguo conocido colocado sobre otra mesita.
-¿Cuándo has...?
- ¿Hecho todo esto? – Dijo Maxwell adivinando mi pregunta – Le pedí ayuda a tu madre – su gesto mostró un poco de vergüenza - Perdona si no es mucho o caro el gesto, pero fue de última hora y...
- ¿Tú has hecho todo esto? – estaba sorprendida. ¿Por qué se tomaba tantas molestias?
- Si, como veras algunas cosas son de tu casa – admitió con una sonrisa. Con un ágil movimiento muy bien mostrado, coloco en el tocadiscos una canción conocida. Acto seguido se sentó e hizo una seña con la mano derecha a alguien que no había visto.
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El Jefe y la Recepcionista
RomanceJane logra conseguir un trabajo en la empresa Walls`ford. Pero ella nunca imagino encontrarse con un jefe con tal mal genio. Eso no será problema para ella. Sin darse cuenta, empezará a descongelar el frío corazón de su jefe mediante unas clases de...