Capítulo IV

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A la mañana siguiente Agoney despierta solo, no hay rastro de su compañero de habitación por ningún lado. Escucha murmullos a lo lejos y, mirando la hora se imagina que son las chicas revolucionadas por prepararse para la boda. Se levanta de la cama, sale de la habitación y frotándose los ojos llega hasta la cocina, donde están sentados en la pequeña barra americana que la separa del comedor.

−Buenos días. − Dice con la voz todavía tomada por el sueño.

−Al fin que despertaste amigo − dice Belén con una tostada en la mano. −Pensábamos que tendríamos que ir a sacarte de la cama.

−En Canarias es una hora menos...

−Tú mismo lo has dicho – dice una voz por detrás de él. −Pero estás en Mallorca.

−Buenos días a ti también, Raoul. − Le dice observando cómo llega con la cara roja y la camiseta de color gris algo sudorosa.

Raoul tiene una rutina marcada desde hace muchos años y es que se levanta por las mañanas, se pone ropa de deporte y sale a correr durante mínimo media hora. Le gusta mantenerse en forma, pero además de eso, cuando sale a hacer ejercicio su cabeza se olvida de todo y tan solo disfruta del aire dándole en la cara. Es una forma que tiene de evadirse un poco de todos los asuntos de la oficina.

−Buenos días – Le responde de vuelta, aunque el saludo es más bien generalizado.

Entra en lo que es la cocina y se sirve un vaso de leche fría de la nevera, lo bebe y después coge una fruta para apoyarse en la encimera y comerla antes de irse a la ducha.

−¿Ya escribiste el discurso? − Pregunta Almudena levantándose del taburete para ir metiendo la vajilla sucia en el lavavajillas.

−Pues como no lo haya acabado esta mañana cuando se levantó, ya te digo yo que no lo terminó. − Dice Agoney. − Anoche le tuve que quitar el IPad de encima suyo, porque cuando llegue a la habitación estaba completamente dormido. − Ahora sí, le mira y ve como Raoul baja la mirada un poco sonrojándose, pero enseguida la vuelve a subir.

−Bueno creo que me voy a la ducha – Comenta Raoul masticando el último trozo de manzana que estaba desayunando. –Y sí, el discurso está acabado.

−No tardes, que después me tengo que duchar yo. − Le dice Agoney cogiéndolo de la muñeca cuando pasa a su lado. −Y me da la sensación de que eres muy presumido. – Lo suelta y ve como Raoul se aleja hacía el cuarto, pero lo que no ve, es que lo hace con una sonrisa en la cara.

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Cuando entra en la habitación se permite disfrutar un poco más del recuerdo de la piel de Agoney sobre su muñeca. Se quita la camiseta dejándola enrollada en la esquina de la cama junto a los pantalones de los que también se deshace y entra al cuarto de baño. Abre la ducha y cuando está a una temperatura adecuada para él, se mete debajo.

Es rápido, es un día importante y no quiere que tengan que esperar por él a última hora, que como bien le dijo Agoney, es bastante presumido. Cuando acaba la ducha sale y se envuelve una toalla a la cadera y acercándose al espejo se remueve un poco el pelo, ya tendrá tiempo de peinarse después. Abre la puerta de la habitación y lo que no espera es encontrarse a Agoney tirado sobre la cama.

−¿Ya terminaste?

−De ducharme sí – Le contesta caminando hasta su maleta para coger la ropa interior, pero con la vista fija en él.

Agoney en el momento que se abrió la puerta no le quito la mirada, siguió cada gota de agua que resbalaba por aquel cuerpo semidesnudo llegando a ser absorbida por la toalla y él no es de piedra.

Con EscalasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora