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Si pensarlo fuese un delito que se debiera pagar con la pena de muerte, sin duda alguna Steve hubiese sido colgado desde hacía mucho tiempo.

Llevaba casi un mes sin poder liberar aquel nombre, cuerpo, sonrisa y voz de su jodida mente. ¿Qué mierda le estaba ocurriendo?

Los tristes días regresaban cómo puñaladas en el pecho. Él lo notó, sus padres lo notaron, Robin lo notó, todos lo hicieron, y Steve estaba odiando esa parte.

No quería volver a ser grosero con su madre, no. No quería tratar mal a Robin, no, claro que no.

Entonces, ¿por qué las cosas tenían que ser tan difíciles?

Un mes buscando por todas partes al chico de rizos. Los bares, discotecas, boliches, todo. ¡Todo!

Pasó una mano por su pelo un poco sucio, comenzaba a perder la cordura una vez más en el día.

Y es que no poder verlo lo tenía de los nervios.

“Que idiota eres Harrington” Se dijo así mismo. “¿Cómo pudiste enamorarte con solo un polvo?”

Golpeó con fuerza el mostrador de la tienda.

Simplemente estúpido. Nuevos clientes llegaban.

—Mierda... —habló en un ligero susurro. Tenía que forzar una vez más una tonta sonrisa. —Buenos días, ¿En qué puedo ayudarles?

La discoteca que tenía un tipo de marca en su vida, lo estaba hartando de sobre manera. Pero era lógico, después de visitarlo tantas veces, comenzaba a ser un poco tedioso.

La última vez, visualizó una cabellera larga y rizada. Se maldijo al instante. La persona volteó y ese no era su chico. Bajó la mirada con cierta tristeza.

La tristeza que invadía su cuerpo nuevamente.

—Steve, juro que no volverá a ocurrir.

La joven dejó su chaqueta colgada dentro de la pequeña bodega.

Rodó los ojos con molestia.

—Como sea.

Soltó un suspiro desganado. Volvió su mirada al frente, y recostó su cabeza en su antebrazo.

—¿Qué ocurre Stevie? —el toque de la castaña lo hizo apretar los labios. Robin no merecía sus malos tratos.

—No lo he visto en todo un mes.

Soltó con dolor, y Robin no se quiso sorprender por aquello.

Ella estaba enterada de todo el asunto en realidad, era la única persona que lo sabía, y no pensaba cambiarlo de alguna forma.

—¿Cuántas veces has ido? —preguntó refiriéndose a la disco.

Que buena pregunta, ¿cuántas veces había ido?

—Perdí la cuenta.

Un suspiro volvió a salir de sus labios.

—¡Demonios Steve!, no puedo verte así, carajo. Desechas un maldito olor a desamor y eso hace que quiera acompañarte en tu suicidio colectivo.

El chiste no lo hizo reír en lo absoluto.

—Prefiero hacerlo sólo.

Las ganas de animar el ambiente se apagaron como llamas bajo el agua.

Lo pensó muy seriamente y llegó a una conclusión. Para momentos drásticos, medidas drásticas.

—Hoy te acompaño una vez más a la disco.

Maniac || Steddie Donde viven las historias. Descúbrelo ahora