twenty-one

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AQUEL INVIERNO PARECÍA ser el más frío desde la perspectiva de Harry Potter. Y todos los días parecían ser más fríos que el anterior desde que Lucas Atreides lo había dejado. 

Al día siguiente de aquella fiesta, parecía que solo existían lagunas mentales. Tardó tiempo en recordar lo que había sucedido, y cuando lo hizo, el vacío que se había formado en su interior parecía no desaparecer. Jake Harkonnen se había encargado de dejarle con una cortada en su labio y ceja luego de haberle golpeado, Harry no había intentado defenderse, porque el chico parecía detestarlo más que nunca luego de enterarse que se había besado con Ginny Weasley esa misma noche, quien ahora se había convertido en la ex-novia del Ravenclaw. 

Parecía que todo había comenzado ir en picada, o solo había comenzado a percatarse de ello.

Habían pasado un par de semanas desde ese partido de Quidditch y el día en donde arruinó todo, y aunque quisiera concentrarse en tratar de buscar alguna forma de volver a acercarse a Lucas, hacía todo lo contrario, centrándose en Malfoy y sus intenciones. Había escuchado al Slytherin charlar con Snape el día de la fiesta de Navidad de Slughorn, y aquello sólo le hacía creer que sus pensamientos eran correctos, y Malfoy era un mortífago encubierto en Hogwarts. 

Era nochebuena. Harry se encontró mirando la chimenea de la Madriguera como si algo fuera a pasar o a salir de ésta. Le había enviado una carta esa mañana a Lucas, pero no había recibido respuesta como había esperado. El único que había respondido su carta había sido su padrino, quien no dudó en aparecerse en el lugar para escuchar lo que Potter quería decir. 

—¿No se te ha ocurrido pensar, Harry —preguntó Sirius, quien se encontraba en un sofá individual cerca suyo—, que a lo mejor Snape sólo estaba fingiendo? 

—¿Fingiendo que le ofrecía ayuda para averiguar qué está tramando Malfoy? Sí, ya pensé que usted me diría eso. Pero ¿Cómo saberlo? 

—No nos corresponde a nosotros saberlo —intervino Lupin. Se había puesto de espaldas al fuego y miraba a Harry por encima de Black—. Es asunto de Dumbledore. El confía en Severus, y eso debería ser suficiente garantía para todos. La suposición de que Dumbledore se equivoca con respecto a Snape ya se ha formulado muchas veces. Se trata de si confías o no en el criterio de Dumbledore. Yo confío en él y por lo tanto confío en Severus. 

—Pero Dumbledore puede equivocarse —insistió Harry—. El mismo lo reconoce. Y usted... ¿De verdad le cae bien Snape? 

—No me cae ni bien ni mal. Te estoy diciendo la verdad, Harry—añadió al ver que éste adoptaba una expresión escéptica—. Quizá nunca lleguemos a ser íntimos amigos; después de todo lo que pasó entre James, Sirius y Severus, ambos tenemos demasiado resentimiento acumulado. Pero no olvido que durante el año que di clases en Hogwarts, él me preparó la poción de matalobos todos los meses; la elaboraba con gran esmero para que yo me ahorrara el sufrimiento que padezco cuando hay luna llena. 

—Claro, y consideremos que reveló que Remus era un hombre lobo—añadió Black—, tampoco me agrada Snape, Harry. Pero el juicio de Dumbledore no es algo de lo que podamos discutir, porque no hará nada para cambiarlo. 

El llamado de la señora Weasley para cenar había hecho que la conversación quedara olvidada entre las risas y los cánticos provenientes de una gran radio de manera dentro de la casa. De la misma manera, luego de la comida, la señora Weasley había enviado a todos a dormir, sin excepción, porque se notaba algo exasperada en ese momento. 

Harry subió las escaleras hacia la habitación de Ron, pero se detuvo a medio camino cuando se topó de frente con Ginny. La pelirroja le miraba con molestia, porque parecía que, por primera vez, la chica no estaba encantada con la presencia de "El Elegido" en su hogar. Desvió la mirada de ella, pasando a su lado para seguir su camino escaleras arriba, pero un destello a las afueras de La Madriguera le hicieron detener el paso, para poder observar el panorama desde una ventana descuadrada. Potter podría haber pensado que se trataba de un meteorito o algo caído del cielo, pero aquella idea quedó completamente descartada cuando un perfecto círculo fue trazado a su alrededor, viendo como varias figuras envueltas en una bruma negra e intensa llegaban a los terrenos que rodeaban la casa. 

Sus piernas actuaron más rápido que su cerebro, encontrándose corriendo detrás de Adora Harkonnen, mientras su maniaca risa parecía querer reventar sus tímpanos. El instinto de querer vengarse por lo sucedido en el ministerio era mucho más grande, sin dejarle pensar en acciones coherentes que podría hacer, como correr lejos de ella y dejar que alguien con más experiencia que él fuera por esa mujer. 

Se encontró a sí mismo en un pantano rodeado de largos pastizales, mirando a su alrededor con la varita alzada. Su respiración agitada era lo único que oía, pero al mismo tiempo, gritos de su padrino y Lupin resonaban en el lugar. Las maldiciones comenzaron a volar en todas direcciones cuando estuvo con ambos hombres, percatándose que se encontraba rodeado de figuras vestidas de negro, claramente, mortífagos. Fueron tan solo minutos antes de que volvieran a desaparecer envueltos en una bruma, iluminando su ida con una gran explosión en la Madriguera, dejándola envuelta en fuego.

Harry vio como una especie de animal, envuelto en un brillo azulado, se acercó con rapidez hacia la posición de los tres hombres entre aquellos pastizales. Era un patronus de lince, de donde provino la imponente voz de Kingsley Shacklebolt, uno de los aurores que le habían salvado en el ministerio.

"Remus, Dumbledore me ha pedido que te contacte, alguien necesita compañía. Se trata de Lucas Atreides, los Mortífagos han asesinado a su familia hace unas horas"

Lupin miró a Potter con sorpresa, antes de alejarse unos pasos y desaparecer.


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