Kyle Donovan necesita darle un lavado de cara a su imagen pública, y para ello a su mánager se le ocurre una idea descabellada. Tener una relación amorosa con una chica que consiga cambiar la opinión de la prensa.
Olivia West es la elegida. Necesita...
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OLIVIA
Al coger la fotografía me doy cuenta de que hay un papel pegado en la parte posterior que tiene escrito «Olivia». Lo cojo y tiro lo suficiente como para separarlo de la fotografía y poder desdoblarlo, convirtiéndose en una carta escrita al completo por la letra de papá.
Querida Olivia:
Hoy me has dicho «Papá, quiero ser médico como tú». No sabes la ilusión que me ha hecho escuchar esas palabras, cariño. Parecías tan contenta y emocionada que lo único que he podido hacer es celebrarlo contigo.
A pesar de mi alegría, me he quedado con una espinita que necesitaba decirte en algún momento. Viendo que con mi enfermedad ese momento puede no llegar nunca, he decidido escribirlo aquí para que tú lo leas cuando más lo necesites.
Olivia, no te gusta la medicina, cariño. Te da miedo la sangre, pones mala cara nada más entrar al hospital, aunque luego cuando me veas aparecer los ojos se te iluminen. Sé que intentas que te guste, que lo haces por mamá y por mí... ¿Pero sabes qué? Te libero, cariño. Escoge y decide lo que te salga del corazón. Sé libre y, por favor, sé tú misma.
Te quiere,
papá
No sé cuántas veces releo la carta. Memorizo sus palabras de principio a fin. Intento leerla con el sonido de su voz en mi cabeza, aunque es algo que ya cada vez me cuesta más recordar. Darme cuenta de que prácticamente he olvidado la voz de mi padre me destroza por completo. Estoy llorando hasta que me arden los ojos y la garganta. No sé cuánto tiempo pasa, solo sé que cuando se abre la puerta del desván, mi madre aparece con el uniforme puesto, por lo que ya ha vuelto de trabajar.
—Cariño... ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Estás bien?
Le entrego la carta a modo de respuesta. Ella la lee despacio y sus mejillas no tardan en llenarse de lágrimas. Cuando la termina, me mira con las manos temblorosas y los ojos vidriosos. Sin decir nada, me abraza y entierra su cara en mi pelo. Lloramos juntas, lloramos por un padre y un marido que nunca regresarán, por unas promesas que no se cumplirán y por una decisión que flota en el aire pero que ya pesa entre nosotras.
—Papá no querría que viviéramos ancladas al pasado—susurra mi madre con el rostro bañado en lágrimas—. Le daría algo si se enterara de que siquiera has pensado en renunciar a Stanford para pagar las deudas de esta estúpida casa.
—Mamá...
—Voy a dejar que el banco se quede con ella —sentencia mi madre con el dolor reflejado en sus palabras—. Intentaré venderla, hacer un cambio o lo que sea. Lograré terminar de pagar las deudas, alquilaré un pequeño pisito cerca del trabajo y tú irás a Stanford. Te ayudaré con los gastos en lo que pueda y para lo que no lleguemos nosotras tendrás la beca y el dinero de papá.