Kyle Donovan necesita darle un lavado de cara a su imagen pública, y para ello a su mánager se le ocurre una idea descabellada. Tener una relación amorosa con una chica que consiga cambiar la opinión de la prensa.
Olivia West es la elegida. Necesita...
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OLIVIA
Tres meses después
Observo mi habitación por última vez, todavía me cuesta creer que vaya a despedirme de esta casa justo en el día de mi cumpleaños. Hace un par de semanas que vaciamos la casa al completo. Recogimos todas nuestras cosas, las metimos en cajas de cartón que rotulamos con bolígrafos de colores y empezamos a acumularlas en el salón hasta que vino el camión de la mudanza a recogerlas. Ahora, con mi cuarto vacío como si nunca hubiera vivido aquí, puedo decir que me siento en paz. Por primera vez siento que esta casa son solo cuatro paredes, por primera vez puedo decir que me siento libre. Y es que los recuerdos de mi padre no han desaparecido, van conmigo conforme voy recorriendo el pasillo por última vez y me acompañarán toda la vida. Porque mi padre no está en esta casa, está en mi corazón.
—¿Estás lista, cariño? —me pregunta mi madre desde la puerta.
Tomo aire, miro la casa por última vez y asiento en silencio antes de salir detrás de ella. Conforme bajamos los escalones del porche siento que por fin puedo poner punto y final al vacío que me ha acompañado desde la muerte de mi padre.
—¿Has escogido ya la tarta? —me pregunta mi madre emocionada.
—La de chocolate, por supuesto —contesto con una sonrisa.
—Por supuesto —dice mi madre.
Las dos nos reímos y ponemos música en el coche mientras nos alejamos de la calle. Detrás de nosotras se queda nuestro antiguo barrio y nuestro antiguo hogar. Aunque me apene decirlo, debo ser sincera y confesar que no me giro para mirarlo una última vez. Porque si algo he aprendido en los últimos meses es que no se puede vivir con un pie en el pasado y otro en el presente.
Mi madre empieza a cantar la nueva canción de Seven Days que suena en la radio. Verla así de despreocupada y feliz me llena el corazón de alegría. Las ojeras de sus ojos han desaparecido, ha reducido su turno en el hospital y está mucho más relajada. Incluso libra un par de días a la semana. Días que aprovecha para salir con sus amigas o para quedar con Julian. Sí, Julian Rogers, el mismo. Y no, no hay nada entre ellos. Al menos no todavía. De momento han vuelto a ser amigos que, teniendo en cuenta su historia, es un gran progreso.
Llegamos a la calle donde está la nueva casa de mi madre y sacamos la compra del maletero. Cojo un par de bolsas antes de que mi madre cierre el coche guardándose después las llaves en el bolsillo trasero de su pantalón. Subimos en el ascensor y entramos en el pequeño pero acogedor piso. Tiene dos habitaciones, un cuarto de baño con una gran bañera y un amplio salón con cocina abierta. Las paredes blancas ya están llenas con nuestras fotos y sus cosas ya están esparcidas por todas partes. Incluso los zapatos que usa para trabajar están colocados en un pequeño banquito blanco situado en la puerta de la entrada.
—¿Solo vas a llevarte estas cosas a Stanford? —me pregunta mi madre señalando la triste maleta que lleva dos días preparada en el pasillo de la casa.