4. Bicicleta

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Lia

Era la mañana siguiente mientras me ponía mi amado lazo rosa y me alistaba para ir al colegio. Decidí que lo mejor era olvidar lo de ayer, por el bien de mi cabeza y de la otra actividad que tenía planeada.

— ¿Puedo traer a una amiga a la casa hoy? A dormir. — pregunté mientras me cepillaba los dientes después de desayunar, tratando de hablar lo suficientemente fuerte para que me escuchasen en el comedor.

— ¿Enserio? ¿Después de lo ayer? —me contestó mi mamá. Llegué al comedor, mientras ellos aun comían.

—Yo... Mamá, papá; lo siento. Estaba muy enojada y me exalté. No debí hablarles de esa forma.

—Está bien hija. —me dijo mi padre. — ¿Quién es?

—Emma, es nueva. Bueno para mí ya no, pero para ustedes sí, ya que recién llegó este año. Es muy responsable y es amable. Está en el puesto 7.

—Bueno. Está bien. Sean responsables por favor. Ya sabes que esta temporada nos toca turno en la noche. —ambos eran enfermeros. —Así que no solo tienen que cuidarse solas, sino también a la casa.

Asentí entusiasmada y con energía.

Salí, tomé mi bicicleta y empecé a pedalear. El sol había salido temprano esa mañana y era radiante. Todo se sentía tan fresco y vivo. Se sentía tan bien.

Al pasar por la casa de los Sartori, me percaté de un detalle. Luca se estaba preparando para subirse a una bicicleta negra. La mía también lo era, pero ese no es el detalle. Él siempre se iba caminando, a veces me lo encontraba y me saludaba.

— ¡Lia! —me saludó mientras pasaba. Desde de lo de la biblioteca traté de saludarlo de "una mejor manera" en las mañanas.

— ¡Luca!

¿Eso cuenta, cierto?

A los pocos minutos, percibí que venía detrás de mí. Supongo que tendré que acostumbrarme. Ir en bicicleta para mí no es solo una forma de transportarme, sino un momento de tranquilidad. Solo yo y las ondas del viento que acarician mi rostro, mientras paso viendo la gran cantidad de color verde en el camino.

Tener a alguien detrás de mí, me está generando un tipo de estrés.

Ni modo.

Y ahora lo tenía a mi lado. Iba con unos audífonos de walkman. Lucía muy concentrado en lo que sea que iba escuchando. Llevaba una bufanda azul de lana. Tenía un buen perfil. Armonizaba con su pelo negro desordenado. Detuve mi inspección cuando miró hacia mí. Se había dado cuenta. Qué vergüenza. Dirigí mi mirada hacia el frente en un abrir y cerrar de ojos.

Con el rabillo de mi ojo izquierdo me di cuenta de que sonrió. Menos mal solo le pareció gracioso.

Parecía que quería reprimir su risa. Me lo contagió porque en un segundo yo también tenía una gran sonrisa en mi rostro, tratando de no reírme.

No hablamos en todo el camino. A diferencia de lo que creía, no me resultó tan incómodo como pensé que iba a ser.

Llegamos juntos. Aseguramos nuestras bicicletas en la entrada y nos apresuramos a entrar. Hasta ese momento me percaté cómo los estudiantes que también llegaban nos miraban. No sé cómo describirlo, pero abrían mucho la boca y los ojos. Ah, y muchos cuchicheos.

—En los próximos viajes, podemos hacer carreras o algo así. —me dijo pasando por mi lado.

—Ya, no lo creo. No quiero accidentarme otra vez. —Rodó los ojos.

Los días en que contábamos amapolasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora