Lia
Pedaleaba como si mi vida dependiera de ello. Recorría en mi bicicleta el camino a la escuela, más rápido de lo que había hecho nunca. Tenía como quince minutos de retraso.
A esto he de agregar que corría un viento que me helaba los huesos. Y ni siquiera tuve tiempo de desayunar. Estaba hambrienta y helada.
¿Cómo había llegado a esta situación?
Fueron una serie de sucesos desafortunados.
El domingo por la tarde, vino la cuñada de mi madre (con su hijo, detalle relativamente importante) a contarle que mi tío había sufrido un accidente. El asunto es que bajé a saludarla y cuando volví a mi habitación, encontré mi alarma hecha añicos. Junto a ella estaba un niño de 4 años, un poco asustado. Mi primo, Roger, la había tumbado sin querer. Al menos eso me dijo.
Mi madre y mi padre se fueron junto con ellos a ver cómo se encontraba. Me habrían llevado de no ser porque al día siguiente tenía clases. "Confiamos en que cuidarás bien de ti" fue lo que oí, antes de verlos partir en el auto.
Llegada la noche, estaba tan cansada, que directamente me fui a dormir sin prepararme nada. "Me levanto temprano a hacerme un buen desayuno" pensé.
Pero al no tener alarma, me quedé dormida y me levanté tarde.
Y aquí estoy.
Sé que no es tan malo como me quiero hacer creer que es. Mi padre me hubiera dicho que, sin una buena alimentación, no podría captar nada y que mejor llegar tarde pero con el estómago lleno.
Pero simplemente no puedo.
Estaba como a unos diez metros de la escuela. Tenía que pensar en una buena excusa para que me dejen entrar.
Pero no sé si me estaba dejando llevar demasiado por la adrenalina o qué, solo sé que de repente perdí el control y terminé dándome un duro golpe contra el suelo. Mis pobres rodillas y codos fueron los más afectados. Ardía como los mil demonios y observé como la sangre brotaba y formaba hileras, como si trataran de imitar el curso de los ríos.
Levanté mi bicicleta, la llevé caminando e hice un esfuerzo por tocar la puerta al llegar. Me abrió la auxiliar Rosa Rossi y vi su cara de sorpresa y horror.
—¡García!¡Oh por todos los cielos! - imaginé que me veía peor de lo que creía.
—Vamos a enfermería. Apresúrese, venga. —me dijo.
La oficina de la directora tenía la puerta abierta y al pasar frente a esta, no pude evitar capturar las miradas dentro. Los había dejado atónitos. Y no de una buena manera.
Dentro estaba una familia que al parecer estaban teniendo una seria conversación con ella, hasta que llegué, claro.
Eran una señora, un señor y un chico que lucía como de mi edad. Al parecer era nuevo, porque era la primera vez que lo veía.
Seguimos avanzando y oí como se cerraba la puerta tras de mí.
Al llegar, dejé mi mochila en el suelo, me senté en la camilla y ella comenzó a curarme.
Terminé con la rodilla y antebrazo izquierdo vendados, al igual que ambas manos.
—Tu uniforme quedó hecho un desastre. Puedes venir con la ropa deportiva los siguientes tres días. —me dijo.
—Gracias...
—Y no tomaré en cuenta tu tardanza, solo por esta vez—añadió.
—Muchas gracias Sra. Rossi. —se sentó a mi lado y comenzó a preguntarme.
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Los días en que contábamos amapolas
Novela JuvenilDos genios de la escuela descubrirán que tienen mucho más en común de lo que pensaban al verse obligados competir por la beca de sus sueños. *** Lia es una estudiante ejemplar de último año, quien está muy concentrada en ganarse la beca que cualquie...