7.Tres hombres suculentos🔥

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En el parqueo Singto y God nos esperaban, Tay se paró junto a ellos y la vista fue espectacular. De solo pensar en que pasaría la noche con mis tres bomberos suculentos, bebiendo en un bar, me ponía ansioso. Esos hombres eran impresionantemente guapos.

Había tenido el gusto de admirar de cerca a Tay, y por supuesto a God tuve el placer de disfrutarlo mucho más. Se veía arrebatador, luciendo una camisa que parecía iba a reventarle en la parte de los bíceps. Y Singto wow, ese hombre tenía un no sé qué... que... wow... llevaba puesta una camisa negra muy ceñida a su cuerpo, sus bíceps tenían menor tamaño que los de God, pero le iban pintados y acorde a su cuerpo. Juntos, los tres, eran una maravilla.
Sus miradas estaban clavadas en mi entrepierna, porque llevaba unos pantalones muy ceñidos que marcaban mi paquete y dibujaban mis curvas a la perfección. Yo también los miraba de arriba abajo, provocándome unos calores por todo el cuerpo y unas ganas tremendas de desnudarme delante de ellos y dejar que hicieran conmigo lo que quisieran hacer, pero no, debía controlarme, porque sino terminaría con el slip mucho más mojado de lo que ya estaba.

—¿Nos vamos? —dije, terminando con ese jueguito de miradas que ya me estaba poniendo nervioso.

—Claro. —contestó God con una sonrisa pícara, el muy cretino, seguramente recordando nuestro morboso encuentro contra los casilleros.

Cuando llegamos al bar tipo taberna que se encontraba cerca de la estación, pedimos cervezas, y ocupamos lugar alrededor de una mesa. God se sentó a mi derecha, Singto  justo enfrente, tratando de disimular su mirada, y por último Tay a mi izquierda. Ninguno dejaba de desnudarme con la mirada, y me agradaba sentirme deseado por esos hombres que me volvían loco.

¡Sería maravilloso hacerlo con los tres al mismo tiempo!, gritaba en mi cabeza.

—¿Qué tal tu día, Krist ? —me preguntó Singto.

—Sí, genial, le estaba contando antes a Tay... Han sido geniales conmigo, a pesar de ser un día duro.

—Claro, nos ayudamos siempre.

Siempre unidos. —apuntó God
guiñándome un ojo.

»Nos pasamos un buen rato conversando de todo, sin dejar ni un momento las indirectas picantes. Fue cuando pidieron una nueva ronda de tragos, que me di cuenta de que ya estaba achispado y sobre todo cachondo.

—Chicos, voy al baño —les anuncié poniéndome de pie.

Los tres asintieron dirigiendo sus miradas a mis piernas y supongo que a mi retaguardia cuando me di la vuelta.
Al apenas plantarme frente al urinario y bajar el cierre de mi pantalón, noté que estaba mojadísimo y no me extrañaba, tantas miradas, tanto vacile y estar rodeado de tres bomberos espectaculares, era demasiado. Luego, al mirarme al espejo, este me devolvió la imagen de mis cachetes rojos y mis ojos brillantes. Mis pezones estaban duros, me acomodé la camiseta, los pellizqué para que se notaran mucho más bajo la tela y finalmente salí del baño y regresé con mis bomberos hechos tentación. Al acercarme vi que estaban riendo a carcajadas, incluso vi como Singto  le lanzaba una servilleta a God, mientras le decía: "¡no te creo, mentiroso!".
Se callaron en cuanto llegué y al sentarme, los ojos de los tres se plantaron en mi pecho. Me felicité mentalmente, porque había cumplido con mi objetivo de provocarlos.
»Continuamos bebiendo y charlando cuando de repente sentí la mano de God posarse en mi rodilla, mientras hablaba como si nada. Su mano fue avanzando por mi muslo, peligrosamente. Le sonreí sin dejar de recordar lo bien que lo habíamos pasado antes e instintivamente separé las piernas para que su mano viajera avanzara hasta tocar mi paquete. Empezó a acariciarme y con cada movimiento yo me mojaba de nuevo y me ponía aún más cachondo de lo que ya estaba.

¡Cabrón!

Intenté quitar su mano con disimulo, pero fue inevitable que Singto y Tay no se dieran cuenta de que la sacaba de entre mis piernas. God se rió divertido por mi apuro y por las caras alucinadas de los otros dos.

—¿La mesa o los dardos? —preguntó Tay de pronto, desviando la atención.

—Ambos. —respondieron los demás.

Me encogí de hombros y dije que nunca había lanzado un dardo, así que debíamos empezar por jugar billar, y ellos aceptaron. Después de un rato, cuando Tay obtuvo una rotunda victoria, dejamos los tacos en su lugar y nos colocamos frente a la diana.

—Es sencillo, ya verás. —Me dijo Singto, con una sonrisa y asentí, sin palabras.

Me fueron indicando sobre cómo iba la cosa y finalmente ya estaba listo.

—¿Unas tijeras? —propuso Tay.

—No, hombre Krist aún no sabe jugar... —señaló Singto.

—¿Qué es eso de las tijeras? —pregunté.

—Es una tontería... una especie de apuesta ridícula. —volvió a añadir Singto.

—Ah, no... Yo soy muy competitivo y tengo dinero para apostar. —insistí.

—No es con dinero. —Se rió, Tay y terminó explicándome— si alguien pierde dos rondas, los otros le cortan uno de los extremos de su ropa interior y si vuelve a perder, el nuevo corte en el otro extremo lo deja sin calzoncillos.

La idea me parecía súper morbosa y divertida por lo que no dudé en apresurarlos para empezar.

—¿Estás seguro? —preguntó Singto.

—Totalmente —añadí arrebatándole los dardos de la mano.

Mi primer dardo dio fuera de la diana, todo un desastre. Pero Tay se ofreció a ayudarme. Ese hombre de cuerpo escultural, se colocó justo detrás de mí, haciéndome sentir su bulto en mi culo, su fornido pecho en mi espalda y sus manos fuertes sosteniendo mis antebrazos con sumo cuidado, mientras dejaba pegada su cabeza a la mía.

—Mira, Krist , tienes que soltar la muñeca y apuntar un poco más arriba del centro, relajar los hombros y lanzar... —me indicó, con una mano en mi cintura, demasiado cerca de mi culo y la otra acariciando mi brazo desde la muñeca hasta el hombro—. Será un tiro perfecto.

Esos tocamientos me encendían aún más, mi ropa interior seguía mojándose irremediablemente, pero la verdad es que su clase fue magistral, mi tiro casi da en el centro. Para el siguiente tiro, su bulto crecido considerablemente, parecía empalmado cuando se frotó contra mí.

Me giré agradeciendo por la buena puntuación que había conseguido gracias a él y lo abracé, pegándome a su pecho, quizá más de lo permitido, y confirmé que el bulto de su pantalón era una polla grande y en crecimiento.
Me pregunté: ¿follará tan bien como God?

Cuando fue el turno de Tay, falló estrepitosamente sacando la puntuación más baja de todos ante las risas de nuestros compañeros, claramente le había puesto nervioso. Entre God y Singto, sostuvieron la cinturilla de su pantalón y sacaron por un costado el borde de sus boxers de color negro. Me entregaron una tijera y me concedieron el honor. Hice el primer corte.

En las siguientes tiradas fui quien perdió y God, ayudado por Tay, lograron sacar un extremo de mi slip tipo tanga por encima de la cinturilla del pantalón y  Singto, sin dejar de mirarme a los ojos hizo el corte. Me puse nervioso y lamentablemente, perdí las dos siguientes rondas. Esta vez Singto metió la mano por el costado, sacó la tira de mi tanga por arriba y Tay la cortó, tirando de la prenda que salió por encima sin dificultad.

¡Joder!

—Me quedo con el trofeo —dijo el muy cabrón de Tay, con mi tanga empapada entre sus manos, y luego se la metió en el bolsillo de su pantalón.
Yo le sonreí.

Los chicos se ponían tan cachondos como yo cuanto más avanzaba la hora, por momentos "sus tiendas de campaña" bajo sus pantalones eran imposibles de ocultar.

Fuego en el Corazón  <<KristSingto<< Adapt.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora