Capitulo Ocho

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Hacia las tres de la tarde, Gulf se quedo por fin sin lágrimas. 

Tal como le había dicho Mew, el resto de sus cosas llegaron y estaba organizando una sala de trabajo para él. 

Había elegido una habitación en la planta baja donde la luz era especialmente buena y la vista muy inspiradora. La tienda que le había comprado sus primeras pinturas se había interesado por el resto de su trabajo. Y en vista de que no sabía lo que ocurría entre Mew y él, tenía que esforzarse por forjarse una carrera como artista. En cualquier caso, ser independiente sería bueno para su autoestima. 

Seguía sintiendo un leve, pero constante anhelo, recuerdo de la irritante ausencia de Mew y de su propia debilidad. Normal que se hubiera enfurecido con él. Tal vez él fuera autosuficiente, pero Gulf necesitaba más. Y no se había dado cuenta hasta que le había sugerido que siguieran juntos por el bien de los niños. 

Sabia que Mew jamás se enamoraría perdidamente de él, pero sí tenía que respetarlo, preocuparse por él y dejar de tratarlo como a un niño grande que no tenía opiniones sensatas. 

Una criada apareció en la puerta para decirle que tenía una llamada. 

—Soy Mew. 

Gulf se puso rígido, furioso aún con él por la insensible forma en que se había ido mientras él aún dormía. 

— Lo sé. No me lo digas. ¿Demasiado trabajo para venir a cenar? 

— Me temo que por alguna razón se me pasó que tenía una reunión de urgencia sobre la crisis actual de los mercados de valores... 

No lo creía. A él nunca se le pasa nada. Simplemente no quería ir a casa. 

—¿Y dónde es la reunión? 

— En Singapur. 

Horrorizado, se miró los nudillos blancos de tanto apretar el teléfono. ¿Pero cuántas horas duraba el viaje? Se le quitaron todas las ganas de pelear. 

— Es imposible que otra persona asista en mi lugar –explicó él con ostensible tensión-. Sé que es muy inoportuno en lo que respecta a nosotros, pero mi responsabilidad como presidente es asistir. Volveré la próxima semana... 

— ¿La próxima semana? –repitió descorazonado, llevándose la mano a los labios a continuación por haber perdido el control así. 

— Preferiría quedarme contigo y con los niños. Por favor, comprende que a veces no tengo opción –dijo Mew con un hilo de voz tenso. 

— Oh, no te preocupes por nosotros. Estaremos bien, y estoy seguro de que estás muy ocupado, así que no te entretendré más. ¡Que tengas una buena semana! 

Se dejo caer en el sillón más próximo como si acabara de derrumbarse el suelo bajo sus pies. Una semana. ¿Qué le estaba ocurriendo? Había vivido sin él mucho tiempo. De acuerdo, no había sido feliz, pero había dejado de depender de él. Era irritante que apenas dos días lo hubieran cambiado todo. 

Mew llamó a horas intempestivas el resto de la semana. Los silencios eran incómodos. Entonces uno o los dos hablaban al mismo tiempo, normalmente para decir, o preguntar en el caso de él, algo sobre los niños. El teléfono era una herramienta de trabajo para Mew. No charlaba. 

El día antes de la fecha en que se suponía que Mew regresaba, Gulf se llevo a los niños de picnic al bosque.

Hacía una agradable tarde. El sol de principios de verano se colaba por el dosel formado por los árboles. 

Mientras los niños dormían su siesta en su carrito, Gulf se estaba adormilando en la manta cuando oyó un leve sonido y levantó la cabeza.

Abrió sus expresivos ojos como platos y se le cerró la garganta. 

Una noche con su esposo - Mew GulfDonde viven las historias. Descúbrelo ahora