Gulf iba y venía por el enorme vestíbulo del Chateau Fontaine.
— Tengo que ser sincero, Dominik... sigo sintiendo algo por Mew. No puedo mentirte. Lo único que puedo ofrecerte es mi amistad, y probablemente estés mejor sin mí mientras siga sintiendo esto...
— No me estás defraudando –el suspiro de Dominik llegó desde el otro lado—. Nunca me has ofrecido otra cosa. Siempre te echabas hacia atrás.
Mew apareció en la galería del descansillo que había un piso encima de Gulf subiéndose la cremallera de los pantalones cuando éste hablo de nuevo:— Me alegra que aún me hables... después de todo lo que te he dicho. ¡Te quiero mucho, mucho por eso! –admitió Gulf con lágrimas en los ojos de nuevo.
— Estás casado con un canalla muy hábil...
— Sé que es un canalla, pero puede que ahí estuviera la atracción –murmuró Gulf -. Creía ver otras cosas, pero ahora veo lo estúpido que fui, y tiene que ser para bien, ¿No crees?
Mew se dijo que no estaba escuchando a escondidas. Tan sólo estaba en su propia casa, escuchando a su esposo decirle a su novio que lo amaba. ¡Que lo amaba! ¿Igual que lo había amado a él? Le daban ganas de arrancarle el teléfono de las manos y lanzarlo contra la pared. ¡Gulf era su esposo! Se dio la vuelta y volvió sobre sus pasos, consiente sólo de una cosa: no quería oír nada más.
Pero una extraña sensación de frio había empezado a extenderse por su cuerpo. Y no le gustaba. Era como si un enorme nubarrón le cubriera la mente. En poco más de veinticuatro horas, se había obsesionado con Gulf hasta el punto de que sentía que ya no tenía el control. Esa idea le gustaba aún menos. Pero no podía seguir ignorando la inexplicable brecha entre sus pensamientos y sus actos. ¿Qué otra explicación racional había si no a que le hubiera pedido a Gulf que fuera su amante? ¿De dónde había sacado esa estúpida idea?
Puede que fuera locura sencillamente. Él quería el divorcio. No quería seguir casado con él. No le importaba si amaba a otro. Simplemente quería matar a ese tipo... y a Gulf. ¡No, a Gulf no, a él! El nubarrón persistía, no podía concentrarse. El sudor cubría su piel. Apretó los puños de frustración. No quería pensar. Se encontraba alarmantemente inestable. Lo que necesitaba era una copa.
Gulf colgó y dejó caer en uno de los sillones del vestíbulo. Sólo podía pensar en lo estúpido que había sido al imaginar por un momento que Mew pudiera desear continuar con su matrimonio. En vez de eso, le había pedido que fuera su amante. Pues no tenia intención de rebajarse hasta ese punto.
¿Y qué otro tipo de ofrecimiento había esperado? ¡Aún no le había dicho que los mellizos eran suyos! ¿Cómo no se le había ocurrido pensar que dejar que Mew siguiera creyendo que Venus y Marte eran hijos de otro hombre condicionaría la imagen que tenia de él y su relación?
Dios, ¿Pero qué relación?, se preguntó tremendamente dolido, cubriéndose la cara con las manos mientras se sorbía la nariz. Aquel invierno, unos dieciocho meses atrás, Mew había organizado el reencuentro con su madre. El encuentro había tenido lugar en el apartamento de Mew en París.
Después, Mew lo había llevado a comer. No se había dado cuenta en ningún momento que había alguien más en su vida: Gabrielle Jolie, maestra en el arte de la discreción.
— Creó que me enamoré de ti nada más verte de nuevo –le había dicho a Mew en aquella comida.
Mew se había quedado mirando sin saber que decir.
—Nunca creía que pudiera sentir algo tan intenso –había continuado Gulf titubeante—. Supongo que estas acostumbrado a deslumbrar a las personas, pero lo que yo veo en ti es lo solo que estás...
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Una noche con su esposo - Mew Gulf
RomansaEl matrimonio de Mew y Gulf había sido breve, pero intensamente apasionado. Se habían separado casi inmediatamente después de casarse y Gulf había desaparecido, pero Mew nunca había llegado a pedir el divorcio. Dieciocho meses después, consiguió lo...