Capítulo 7. La burbuja

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Fue ella quien finalizó el beso. Despacio, con los ojos cerrados cuando yo abrí los míos. Mis manos la sujetaban, aferradas a su cintura con firmeza, y las suyas estaban sobre mis mejillas, acariciándome la barba con la yema de los dedos.

Entonces hicimos contacto visual. Sus ojos rezumaban entonces una mezcla de sensaciones colosal. O quizás era el reflejo de los míos. La calidez se había extendido por mi interior y todavía sentía el cosquilleo que la inspectora había provocado sobre mis labios.

Me sonrió, orgullosa, y se recostó sobre mi pecho, escondiendo su rostro un segundo en el hueco de mi cuello, donde soltó una risita.

─ No me habías dejado más opción. ─empezó.

La afirmación me descolocó un poco, pero apenas me moví. El susurro de la inspectora vino acompañado de otro.

─ No podía dejar que ese fuera el recuerdo que tuvieras de un beso conmigo. No me dio tiempo a reaccionar. ─añadió. Casi pude sentir como sonreía ahí. Y yo lo hice también.

Subí mis manos por su espalda, acariciando toda su extensión.

Sabía que aquello no era algo bueno, no era lo que debía hacer, pero aun así, estaba tan cómodo con Raquel en mi regazo, notando su corazón rebosante de vida cerca del mío, su respiración en mi cuello, su aroma percutiendo en mis sentidos.

Ni siquiera recuerdo cuanto tiempo pasamos así. No quería que se moviera y al parecer, ella tampoco. Era demasiado bueno y cualquier otra cosa daría pie a las complicaciones que eran evidentes que existían. La había puesto en las situaciones más complicadas que se me podían ocurrir y encima no le daba las respuestas que esperaba.

Su corazón se acompasó, así como su respiración, y entonces comprobé que efectivamente, tras un día de muchas emociones, Raquel se había dormido en mi regazo.

Pude observarla entonces, entre mis brazos, perfectamente acomodada. La sensación de que encajaba conmigo como no debía encajar nadie. Toda la calidez, cariño, cuidado, atención que había tenido conmigo hacía unas horas seguía sobre mi cuerpo.

Observé la hora que era.

Raquel todavía tendría unas horas de sueño si la acostaba ahora en mi cama. Me levanté de la silla con cuidado de agarrarla bien, y la llevé hasta mi cuarto despacio, procurando no despertarla a cada paso. Su sueño se aligeró un poco durante el camino pero cuando la dejé entre las sábanas este pareció ganar fuerza.

Y aunque me habría encantado tumbarme junto a ella, regresé al salón para recoger el botiquín primero y la lavadora después. Metí su ropa a la secadora en un programa corto, y procuré que antes de volver a la cama, en mi teléfono la alarma sonase unos minutos antes que de costumbre. Había decidido que le prepararía café, algo de desayunar mucho más comestible que unos rollos de pescado crudo y que le dejaría su ropa planchada y perfectamente doblada.

Tumbarme en la cama a su lado fue mucho más complicado de lo que preveía en un principio. Fui al baño a comprobar delante del espejo como tenía la espalda. Me quité la camisa y giré el cuello para poder observarme la espalda. Las dos únicas heridas profundas que todavía resaltaban y me escocían eran las del contorno del nacimiento de mis alas. A parte de eso, solo quedaba algún rasguño curándose en torno a las mayores. Me puse el pantalón del pijama, pero nada más. El roce sin la protección me provocaba escalofríos.

Procuré ocupar mi lugar, el que me había dejado ella, sin llegar a molestarla. Y estaba tan agotado que tan rápido como el colchón me envolvió, de lado, dándole la espalda a ella y con un brazo bajo la almohada, caí en los brazos de Morfeo.

Me desperté diez segundos antes de que sonase y pude apagarla sin que llegar a despertar a la inspectora. Las horas se me habían pasado como si de un instante se hubieran tratado. Giré la cabeza al notar la respiración cálida contra la piel de mi nuca y la mano diminuta de la inspectora sobre mi costado, directamente sobre la piel de mi torso. Contuve el aliento como si con solo respirar fuera a despertarla.

ÁNGEL CUSTODIODonde viven las historias. Descúbrelo ahora