Capítulo 11. Se ha terminado.

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Nota: Gracias, a Carla y a Azahara, que se acercaron mucho al por qué del cambio en Sergio. También por leer y por sus palabras con cada capítulo. Hele, Noe. Siempre aquí. Perdonadme por esto o queredme más, lo que os nazca.


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Le ofrecí a mi hermano cama en mi casa. Tenía sitio, pero Andrés prefirió un lujoso hotel en el centro de Madrid. Ágata y Tokio accedieron solo por las copas, tras mucho insistir por parte de Andrés, que las terminó convenciendo diciendo que seguro que preferían un poco de fiesta y tequila para contrarrestar esos momentos de tensión que la soledad de una cama vacía.

Y yo, como correspondía, me negué. Dije que iría al médico por mi cuenta pero no tenía intención alguna de acompañar a nadie en ambulancia y mucho menos a dejar que me examinasen en busca de unas heridas que apenas llegarían a verse para cuando me atendieran.

Tenía intención de subirme al coche cuando sentí el agarrón de la manga.

─ ¿No pensarás conducir así, verdad? ─ pensaba que sería Ágata, pero los ojos que rabiaban todavía eran de un color miel, no oscuro como el grano de café.

Presioné mis labios y negué con la cabeza. "Claro que no" musité. Raquel me cogió las llaves del coche de la mano y rodeó mi viejo coche para subirse en el asiento del piloto. Con resignación y armándome de paciencia y entereza, me prometí mientras me dirigía al asiento del copiloto que no iba a cometer ninguna estupidez. Que el silencio sería por primera vez incómodo entre nosotros.

Y hubo silencio los primeros minutos del trayecto. Ella colgó a su subinspector, del que ni siquiera se había despedido y yo no comenté nada tampoco entonces.

─ No entiendo por qué hostias haces esto. ─los dos llevábamos la mirada clavada en la carretera. Pero era ella quien había cedido, explotado aunque todavía tratase de mantener sus sentimientos agarrados.

Yo desvié la vista solo unos segundos, pero no respondí.

─ No me jodas, ¿ahora la ley del silencio? ─añadió, más mosquedada todavía. Parecía un interrogatorio de no ser porque en una situación como esa estaría mucho más calmada.

─ No... sé a qué te refieres con «esto» ─ murmuré, removiéndome en mi asiento que se me hacía extraño.

─ No me tomes por tonta, Sergio. Desde que te conocí he sabido que contigo nada iba a ser normal, pero hostias. Estoy aquí, muestro interés por ti que no creo que te hayas visto en otra desde hace mucho tiempo y ¿después de salvarme la vida y el numerito de tu apartamento me vas a venir con que no sabes a qué me refiero? ─no iba a perder mucho tiempo explicándome lo que era obvio que ya sabía.

─ Ya te he dicho que lo mejor para ti es que no nos veamos más. ─otra parte de mí se rompió al pronunciar esas palabras. Fue un dolor físico, mucho mayor que el de la bala. Pero me mantuve. Si dolía tanto era porque en el fondo, sabía que tenía razón.

Raquel callaba por primera vez desde hacía minutos.

─ Te enfada porque sabes que es verdad. ─ agregué.

La mirada de Raquel, que tanta vida me había dado esas semanas me enfiló. Ser consciente de la herida que acababa de abrir incluso antes de que me lo confirmase verbalmente abrió para mi una nueva sensación de dolor que no había conocido en toda mi existencia.

─ Me duele porque eres tan raro que me había creído que me querrías de verdad. Que en algún momento te preocupé. ─ esa vez no había fuerza en su voz, pero sí que tenía todavía los nudillos blancos, aferradas sus manos al volante con furia. La misma que había dedicado a contener las lágrimas en sus ojos.

ÁNGEL CUSTODIODonde viven las historias. Descúbrelo ahora