Capítulo 9. 𝑨𝒏𝒈𝒆𝒍𝒆 𝑫𝒆𝒊

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No era sencillo para mi tener una cita a esas alturas. No era mi primera vez, pero sí la primera vez en ese siglo. Y la verdad, me daba un poco de vértigo estar demasiado desactualizado.

Llamé a Andrés. Ya lo había retrasado demasiado pero pese a saber que mi hermano prefería los encuentros cara a cara no le permití que pudiera desestabilizarme con sus bromas de esa manera.

No lo hacía con mala intención, pero frente a él, mi trayectoria en todo tipo de relaciones era nula. Especialmente con mujeres. Así que simplemente le cogí la llamada.

─ Buenos días, hermano. ─pronunció.

Casi podía sentir su sonrisa de zorro al otro lado, por el retintín de su voz.

─ Buenos días, Andrés. ─

─ Hace una mañana increíblemente buena, ¿no crees? Un buen tiempo que podríamos disfrutar con una comida. ─no perdía la oportunidad.

─ Tengo clases por la tarde y he quedado para desayunar en un rato. ─me excusé rápidamente.

El tono de voz de mi hermano cambió drásticamente al otro lado de la línea. Sabía por qué, no era tonto y después de milenios de fraternidad lo conocía como si hubiera sido yo quien lo hubiera creado. Mientras le sirviera para tomarme el pelo estaba bien, pero, si eso nos impedía pasar cierto tiempo juntos o mi disponibilidad para con él se reducía ya no le hacía tanta gracia.

─ ¿Con algún profesor del departamento de matemáticas? ─me preguntó.

─ No. ─ no quería jugar a las preguntas, así que confesé pronto. ─ Con Raquel. ─

─ Ah. ─ me castigó unos segundos con su silencio. ─ Ahora es Raquel. ─

Traté de ignorar su molestia evidente, mal disimulada para mí.

─ ¿Algún consejo? ─pregunté.

Solo había algo que fuera más adulador para alguien como mi hermano que el interés directo y era que se buscase su consejo, que se admitiera así la superioridad que tenía sobre cualquier tema.

Pareció pensárselo.

─ Padre sabe que no son propias de mi estas palabras, pero dado que pareces dispuesto a intercambiar nuestros papeles, hermano, voy a decírtelo. No deberías ir. ─ desde luego aquello no era en absoluto lo que yo esperaba.

─ ¿Disculpa? ─ conseguí murmurar.

─ Sí, Sergio. Si fuera otra mujer cualquiera, una con la que te pudieras encaprichar, no te diría nada. ─ el tono de Andrés también era nuevo para mí.

─ Pero esa mujer, Raquel Murillo, ya te ha costado una audiencia privada con Padre y estoy seguro de que tu espalda todavía sufre las consecuencias. Sergio, esa mujer no te conviene. Esa mujer sospecha, debes alejarla a toda costa de ti. ─

─ No puedo hacer eso, es muy cabezota, seguiría investigando. ─dije, sin mucha confianza.

Fue un error, claro.

─ Vete del país, no te puede seguir eternamente, ella tiene su vida aquí y tú no deberías haberte cruzado en su camino. Lo sabes, lo sabemos. ─

Negué con la cabeza ligeramente. En realidad tenía razón. Pero tenía demasiadas ganas de ir a aquella cita. De poder conocerla mejor, de comprobar que podía relajarse conmigo. Que confiaba pese a que todo era demasiado complejo.

Y de que yo todavía podía seguir sintiendo cosas. Sensaciones nuevas, más fuertes, más intensas. Que el mundo podía ser más brillante, más dinámico, más luminoso y cálido. La humanidad no estaba perdida si todavía los humanos podían provocar sentimientos como el que había conseguido hacer que mis alas brillaran.

ÁNGEL CUSTODIODonde viven las historias. Descúbrelo ahora