Me había quedado hundido. Más de lo que había podido prever. Más de lo que podía esperarse de mí, mis ataques de melancolía habían variado por épocas, pero era un dolor diferente, una soledad distinta.
Al final, Andrés se hartó de mi apatía y mi falta de ánimos para fingir de más cuando nos veíamos y organizó para el viernes siguiente aquella cena que había sugerido yo días atrás.
No me apetecía en excesos pero por la forma de hablar que tenían Ágata y Silene no pude negarme, no era una opción que ni ellas ni mi hermano valorasen.
Y yo seguía sin tener noticias de Raquel. Le había llamado y no me lo había cogido, y cuando decidí ir a preguntar por ella a la comisaría su subinspector me detuvo con una mirada y la mano sobre mi pecho. Cómo detesté a aquel tipo, pero no volví a acercarme. No quería incomodarla más de lo que ya había hecho.
Quería explicarme, explicárselo todo a ella pero no podía. No solucionaría nada.
Así que allí estaba, la noche de un viernes, con una copa de vino tinto en la mano de la que no había probado ni un sorbo, con el traje color crema observando las nuevas adquisiciones de la librería del salón de mi hermano.
─ ¿Hablan ya, profesor? ─interpeló Silene, a mi lado. Como era habitual su estilo dejaba al aire partes de piel que yo no quería mirar, así que tras dirigirle una mirada de reojo al verla a mi lado, volví la vista a los libros que tenía en frente.
─ Tal vez no como usted se imagina, señorita Oliveira, pero sí que cuentan muchas cosas. ─los defendí, dando una respuesta que pareció divertir a la morena. Rodó los ojos.
─ Tú hermano tiene razón, no te iría mal juntarte con seres humanos con los que charlar, sabes. Como nosotros. Que no te vamos a morder. ─añadió.
No quise hacerle ningún desprecio, tampoco esa había sido mi intención con mis silencios y la falta de participación en las conversaciones simultáneas que se daban en el corrillo que se había formado entre los distintos sofás de mi hermano mayor. La seguí cuando se dirigió hacia ellos y Ágata y Andrés detuvieron su conversación para mirarnos.
─ No hay hombre que se resista a darme el gusto. ─agregó como explicación a nuestro acercamiento mi acompañante.
Presioné mis labios y ante mi reacción Andrés forzó una carcajada, echando la cabeza ligeramente hacia atrás.
Me hizo hueco a su lado, y levantó el brazo que tenía libre para hacerme un hueco allí. Me dejé hacer.
─ ¿De qué hablabais? ─ pregunté, mirando a Ágata.
A la morena no le dio tiempo a responder a eso. Los balazos reventaron la cristalera de cuatro metros del lateral del jardín, a mi derecha, de espaldas a Andrés y Silene.
Por segunda vez en menos de un mes mi cuerpo se abalanzó directamente sobre el de Ágata, interponiendo mi espalda entre ella y la pistola que portaba Tatiana. Ambos caímos al suelo, tras uno de los sofás.
─ ¡QUÉ COJONES HA S-!─gracias a Padre, pensé cuando al levantar la vista hacia donde Tokio se encontraba, agachada detrás de la chimenea falsa que mi hermano había hecho instalar, él estaba con ella, silenciándola con la mano sobre la boca.
Las balas iban para ella porque Tatiana había cumplido su promesa. A nosotros no podía matarnos, como ángeles éramos seres inmortales. No así nuestras protegidas. El terror estaba dibujado en el rostro de Ágata cuando le entregué mi teléfono móvil.
─ No te levantes. Llama a Raquel Murillo, corre. ─ ordené. Las manos de la gitana temblaban y aun así reaccionó de manera veloz.
Nuevos disparos resonaron por encima de nuestras cabezas cuando Andrés se movió con Tokio hacia la cocina. Un hija de puta se escapó de la boca de la muchacha, a viva voz.
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ÁNGEL CUSTODIO
FanfictionÉl estaba allí con una simple misión: proteger a su persona asignada. Ella carecía de uno de los suyos. Que Raquel se cruzase en la vida de Sergio no fue más que una coincidencia. Una metedura de pata que debían ignorar. Pero ya no pudieron hacerlo...