Capítulo 1

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Yibo era un niño muy enérgico, le gustaba ir de un lugar a otro en su bicicleta, correr por el gran jardín de su casa y subir a cuanto árbol pudiera. Además, era muy hábil e ingenioso, por lo que era común que fácilmente se escabullera sin que se dieran cuenta, tal como ocurrió aquella noche que marcaría un antes y un después en su vida.

Cuando casi todos dormían, salió de su cuarto en silencio y con cuidado para que nadie lo notara, ya que había dos personas vigilando a esa hora. Su hermano mayor le había enseñado cómo salir a escondidas de la gran casa en la que vivían sin que los descubrieran, por lo que no tuvo problemas, además, la luz de la luna le permitió moverse a través de aquellos pasillos que conocía de memoria, y en poco tiempo ya se encontraba en el jardín.

El frío de la noche acarició sus mejillas, y Yibo se maravilló al levantar su mirada y ver el cielo estrellado. Después de un rato, fijó su vista en los árboles que se encontraban frente a él. Tenía prohibido adentrarse en el bosque que estaba más allá de los límites de los terrenos de su familia, pero él era curioso y le encantaban las aventuras, y pensó que aquello definitivamente sería una. Corrió en dirección al bosque mientras reía, emocionado por lo que pudiera encontrar al otro lado.

Justo en el momento en que Yibo cruzó la división que lo separaba del bosque, el reloj marcó la medianoche y la luna de pronto pareció teñirse de rojo.

Se adentró en el bosque y caminó sin detenerse hasta que se dio cuenta de que no sabía cómo regresar a casa. Buscó con inquietud alguna ruta que lo llevase de regreso, pero no la encontraba, y pronto el miedo se apoderó de él, lo que desencadenó un llanto angustiado que se mezclaba con su dulce voz llamando a sus padres. Lloraba sin parar y, en un arrebato, comenzó a correr sin pensar a dónde se dirigía y sin fijarse por dónde corría. Tropezó con la gran raíz de un árbol y cayó al suelo con fuerza.

Su llanto se intensificó por culpa del dolor y como pudo se levantó para sentarse en un tronco que se encontraba cerca. Sus rodillas estaban manchadas con sangre y tierra, y en una de ellas la herida parecía más profunda, ya que un delgado hilo de sangre comenzó a bajar por su pierna. Fue entonces que algo se removió entre los árboles, y frente a él apareció un hombre que llevaba un rato siguiéndolo sin que Yibo notara su presencia.

—¿Qué haces aquí, niño? —preguntó—. No deberías estar levantado a esta hora. ¿No te dijeron que es peligroso entrar al bosque solo y de noche?

La mirada de Yibo se llenó de terror al escucharlo hablar, y se paralizó al ver los ojos del sujeto. En aquellos orbes rojos solo había maldad y un hambre por la cual estaba dispuesto a matar.

—Tu sangre tiene muy buen olor —dijo acercándose al menor.

Un impulso lo obligó a levantarse y correr lejos de él. Yibo corrió tan rápido como sus piernas y el dolor de sus rodillas le permitían, pero no fue suficiente. En un abrir y cerrar de ojos aquel hombre lo alcanzó y se abalanzó sobre él, tirándolo al suelo. Los ojos del pequeño se llenaron de lágrimas cuando le mostró sus afilados colmillos y se acercó a su cuello.

—¡Ni si quiera lo pienses! —Se escuchó una voz en las penumbras—. ¡No lo toques!

El hombre levantó la cabeza y miró en todas direcciones, buscando al dueño de la voz, pero nadie se encontraba a la vista.

—¿Quién eres? Sal de tu escondite. —Nadie respondió—. Si no quieres que lo toque, tendrás que venir a evitarlo.

El menor cerró sus ojos con fuerza, estaba muy asustado. El sujeto soltó una carcajada y se acercó peligrosamente al cuello de Yibo, dispuesto a morder. Pero, antes de que lograra su cometido, fue empujado con una fuerza sobrehumana.

Siempre mío (ZhanYi)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora