23. Mamá Osa

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Narra Sarah

— No entiendo qué es lo que quieres que haga. — Me quejé apretando los dientes para evitar explotar. — Una vez el doctor abra la boca, tú y tu padre estarán jodidos.

— Oh cariño. — Su sonrisa no podía ser más falsa. — Esa es tu misión, evitar que yo caiga porque una vez lo haga yo, el próximo será tu hijo, pero en un ataúd y tres metros bajo tierra.

Apreté los ojos sintiendo que la sangre se me calentaba de la rabia y mi odio cada vez iba más en aumento hacia el imbécil frente a mí.

— Y te aseguro que esta vez no voy a fallar. — Se dispuso a salir por la puerta, no sin antes darme una mirada por encima del hombro y decir. — Seguiremos en contacto.

Lo observé abrir la puerta que anteriormente estaba abierta y se detuvo aún con el pomo de la misma en mano.

— Creo que no te tengo que decir que si abres la boca, te cortaré la lengua y se la daré de comer a tu hijo. — Amenazó.

Y dicho esto, salió por la puerta dándole un portazo, dejándome allí con ese sabor amargo en mi paladar, odiaba a Sebastián Cooper a más no poder y juro que un día me vengaré.

— Estupido. — Murmuré cuando estuve frente al espejo notando que él muy idiota me había dejado los dedos marcados en el cuello.

A pesar de que me negaba a ayudar al maldito, cualquier venganza no estaba por encima del bienestar de mi hijo, pero una vez pueda, estrangularé a ese escuálido con mis propias manos y le sacaré los órganos con mis uñas.

— ¡Ah! — Golpeé fuertemente el vidrio rectangular frente a mí provocando que este se hiciera añicos y que mis nudillos salpicaran sangre debido a los pequeños vidrios que se clavaron en mi piel con el impacto, pero aquello ni siquiera me importaba.

— ¿Todo está bien? — Escuché una voz proveniente de la habitación y que la puerta me impedía ver de quién se trataba, aún así, esa voz... esa voz pertenecía a la rubia despampanante.

— Sí, ya salgo. — Limpié y vendé mis heridas lo más rápido que pude y una vez me sentí más tranquila, salí con mi mejor sonrisa que no podía ser la expresión más falsa.

Al salir, la chica me observó y detuvo su mirada en mi cuello, rápidamente llevé mi mano allí y me sentí incómoda bajo su mirada y ella al notarlo, la apartó.

— Iré a hablar con el doctor, para saber cuando te dará el alta. — Avisé y caminé hacia la puerta sintiendo dos pares de miradas sobre mí, así que me apresuré a salir.

Una vez salí al pasillo, solté el aire que había estado conteniendo sin siquiera notarlo.

Llegué hasta la oficina del doctor y sabía que estaba en su descanso por lo que no me molesté en entrar sin tocar. Aseguré la puerta y me dispuse a fisgonear por su oficina.

Había un par de papeles sobre la mesa con el nombre de la paciente Caroline Davis.

Ojeé un poco los papeles y me senté en el sillón detrás de su escritorio, accedí al servidor del computador y con un poco de maña, encontré lo que estaba buscando.

Estaba llenando la plantilla para denunciar casos y estaba a nada de llenar el de Caroline.

Me daba pena, pensar en el infierno al que estaba expuesta aquella chica y me preguntaba por qué. ¿Por qué Sebastián había decidido joderle la vida a una chica que parecía tan inocente?

Decidí que lo mejor era tener algo en contra del muy idiota, pero también tenía presente que estaba desquiciado así que antes de borrar algo, le saqué copia a cada uno de los documentos que encontré en el computador.

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