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Freyja
Fruncí el ceño hacia mis hermanos y hermana, pero Clarisse parecía ausente de la realidad. Pero aunque me preocupaba, decidí hacerme cargo por ella.
-¡Holgazanes y cerdos! ¡Eso es lo que son! -grité con fuerza-. ¡Si Silena llega, nos pone una mala nota y nos vuelven a poner a fregar corotos con lava, los voy a hacer sufrir un infierno!
No me parecía justo tener que llegar y que nos hicieran inspección. Quería tener tiempo de prepararme y que no hablarán más sobre lo cerdos que eran los hijos de Ares -que si lo son, joder, pero que el diablo me asista si no los quiero así-, pero así funcionaba la cosa.
Cada tarde, uno de los líderes veteranos se paseaba por las cabañas con una lista escrita en un rollo de papiro. La mejor cabaña conseguía el primer turno de las duchas, lo cual implicaba que el calentador estaría disponible y habría agua caliente.
La peor cabaña le tocaba ocuparse de la cocina después de la cena y ya no quiero fregar ese montón de platos y cubiertos.
Apenas Apolo me dejó aquí me vine directo a la cabaña debido a que necesitaba hablar con Clarisse, pero mi hermano Atlas me arrastró hacia el interior de la cabaña y me explico la situación.
Teníamos supervisión y nuestro hogar estaba patas arriba.
-¡Silena está en la cabaña de Hera! -chilló Stuart, uno de los nuevos reclutas.
Solté una maldición entre dientes nada apropiada para niños y empecé a repartir tareas.
-Esto es lo que vamos a hacer. Los mayores de quince van a barrer y pasar coleto -Atlas, Wayne y Jonah fueron a buscar los utensilios que iban a utilizar-, los que pertenezcan al grupo de quince a trece años van a acomodar los catres y las armaduras, y los más pequeños muevanse a limpiar ventanas, quitar telarañas y botar la basura.
