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Freyja
A la mañana siguiente, tenía unas ojeras tan grandes que me podía lanzar en ellas como en una piscina de millonario.
Pero fui a desayunar.
Y si los niños habían notado mi estadía en mis pensamientos, no habían mencionado nada.
Gracias al señor de los milagros.
Pero Bianca si lo había visto. Le sonreí cuando se me acercó en el desayuno bajo la mirada desaprobatoria de Zöe y borré mi sonrisa cuando ella me observó con seriedad y una chispa de preocupación.
Nos habíamos ido del comedor y nos sentamos en un prado nevado y mirábamos como los sátiros perseguían a las ninfas. Ellas habían prometido besarlos si las atrapaban, cosa que difícilmente ocurriría, porque las ninfas dejaban que los sátiros se pusieran a cien y, en el último momento, se convertían en árboles cubiertos de nieve.
Y ellos, claro, se iban de cabeza contra los troncos y se ganaban, además, el montón de nieve que se les venía encima con el coñazo.
Los hombres en todas las especies son pendejos, nps.
Bianca solo se quedó en silencio. Sabía que estaba esperando que le contará el motivo de mi distracción, y ella era tan paciente que sólo esperaba el momento que yo explotará.
Me conocía muy bien. Si Lyrae era mi hermanita, Bianca era mi mejor amiga.
