Odio

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No llevaba ni dos días, el rubio estaba jodido con dolores musculares, aunque el sabio consejo que todos le daban él lo ignoraba, se le tenía fe en que se acostumbraría a su nueva vida, por su bien más que nada, al final el rompecabezas parecía tener una pieza clave. Aunque este nuevo día parecía transcurrir con normalidad, Sanji seguía teniendo esperanza firme en volver al mundo de los humanos, a su vida normal, donde sólo tenía que trabajar, estudiar y pasar solo en su cuarto orando a Dios por un mejor futuro. Sin dudas el rubio prefería su miseria en la tierra que en el infierno.

Atreviéndose a vivir como un concubino normal este día, notó que faltaba uno más en la habitación, si eran veintiuno si se contaba a sí mismo, ¿dónde estaba la faltante? Siendo sigiloso cuando todos dormían a medio día, salió de la habitación para explorar el palacio. Los permisos del rey se obtenían después de la cena para poder salir del cuarto de amantes, por lo tanto el joven de ojos azules estaba quebrando una regla nuevamente. Sanji cantaba victoria cuando se percató de que no habían guardias vigilando los pasillos, entrando de habitación en habitación, en parte de su trayecto de búsqueda a la concubina faltante que vió en la cena de anoche, pudo toparla de lejos, claro que tuvo que esconderse ya que al no tener relación con ella, seguramente lo delataría.

Cuando la perdió de vista, se pudo dar una idea de que algún trato especial tenía aquella mujer, intrigando su coco y queriendo más respuestas sobre este bizarro lugar con un rey degenerado. Accidentalmente fue a parar en la sala mayor, un lugar en donde yacían los tronos y una entrada a lo lejos y derecho, en el cual supuso podían acceder los demonios para dejar ofrendas a Zoro y a alguien más. Se dedicó a explorar, apreciando una alfombra larga y que los tronos estaban perfectamente bañados en oro con pedrería de diamantes, en un principio se cuestionó el por qué no estaba presente en este lugar el mayor. Tentado por la belleza deslumbrante de los tronos, subió aquellas escaleras que daban ahí, tocando como todo un niño chiquito explorando un nuevo mundo, pero es que el individuo de cejas rizadas jamás había tenido la oportunidad de apreciar metales y piedras tan preciosas, era inevitable derretirse al brillo, fuera del valor monetario que esas cosas tuvieran en la tierra, a Sanji le parecían espectaculares sólo por existir, quería ser una piedra preciosa, quizás así sería más apreciado, pensaba.

Llevaba al menos quince minutos embobado por el oro, analizando hasta el mínimo detalle de esos tronos tan peculiares, hasta que su burbuja se vió rota por un sujeto extra en el lugar, nada más y nada menos que el majestad del infierno, quien se encargó de carraspear un poco la garganta para llamar la atención de su joven amante.

-¿Ya te divertiste?

-Hasta antes de que tú llegaras.

-¿Pues qué no has visto un trono? Aunque sea en libros o internet, esas herramientas que tienen en la superficie para saber cosas.

-No soy idiota, claro que he visto tronos en fotos, pero nunca en persona...

Zoro con una leve sonrisa se acercó, se sentó en su respectivo trono y palmeó sus muslos, el rubio le miró asqueado, negándose a obedecer a esa aberrante orden.

-Sé que no confías en mí, pero de verdad que no voy a tocarte, sólo siéntate en mis piernas.

-¿Y por qué no mejor me siento en el otro trono?

-¡No hagas eso! Está prohibido, las reglas dictan que sólo cuando se haya declarado elegido o elegida para pasar el resto de su vida gobernando junto al rey, es la persona que puede ocupar dicho trono especial.

-¿De verdad existen leyes monárquicas en el infierno?

-Te parece chiste pero es verdad lo que te estoy diciendo.

Al rubio no le quedó de otra, bufó un tanto inconforme todavía pero fue a sentarse en las piernas del hombre con llamativo cabello color musgo. Se sentía extraño, notó que ese hombre le superaba por mucho físicamente, sin necesidad de tocar tan preciso, de sólo que su brazo se recargara en el pecho del mayor se daba cuenta que tenía un buen físico, un detalle que tuvo que borrar de su mente por temor a sentirse homosexual, si bien no era sociable, estaba seguro de su amor por las mujeres. No entendía por qué estaba ahí, si sólo quería admirar la belleza de dichas cosas exóticas brillantes, se formó un silencio, se había perdido en un fondo blanco de su mente por la tensión que había, aunque Zoro se mostraba tranquilo y haciendo movimientos extraños con su mano.

𝗜𝗡𝗙𝗘𝗥𝗡𝗢: Obsedo | ZoSanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora