Cap XXIII

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Una sonrisa adornó mi rostro, verla así con los ojos cerrados, entregada a mí, no sabía si besarla, lo deseaba pero no aguantaría, terminaría poseyéndola por cada rincón de la casa, nunca había usado el cuarto erótico con nadie que no fuera mi ex, pero deseaba usarlo con ella, deseaba atarla, que fuera toda mía, deseaba probar sus flujos, lamerlos como si se tratara de una golosina o un helado.

De golpe se sobresaltó abriendo brusco los ojos. Estaba sonando el manos libres del coche, había una llamada entrante. Otra persona odiaría que nos hubieran interrumpido pero a mí me daba igual, porque estaba feliz, volvía a estar entregada a mí, aunque fuera muy poco, algo era algo, y para mi era más que suficiente.

- Perdona. -se disculpó dirigiéndose al coche.

- Tranquila. -me mordí el labio ansiosa por poseerla-. Nos vemos luego.

- Claro. -respondió nerviosa mientras entraba en el coche.

Preparé una maleta nueva con ropa distinta y limpia. Me sentí tentada de llevarme juguetes eróticos pero lo dejé correr, si se diera el caso en su casa ya encontraría algún juguete improvisado.

Recibí la llamada de Claudia indicándome que ya estaba llegando, terminé de recoger, me lavé los dientes y escuché el claxon a modo de llamada suya.

Salí con todo lo necesario, lo guardé en el maletero del coche y me senté de copiloto de aquel cochazo.

- Mmm.. que gusto. -murmuré al sentir mis glúteos calientes y ella se rio con su habitual dulzura.

- Sí, he puesto el calefactor de los asientos. -me miraba de reojo, podía notarlo.

- Que agradable, con el frio que hace. ¿A cuánto estamos?

- A ocho grados. -respondió señalando el termómetro del coche.

- Y más que bajará la temperatura por la noche. -dije casi sin pensar.

- Algo se nos ocurrirá para no notarlo. -vale, esa respuesta me cogió por sorpresa, realmente no sabía si mi mente perversa lo imaginaba de otro modo o ella se había insinuado.

Regresamos a su casa y dimos una vuelta para pasear a las perras. Cuando de golpe Ellen se escapó.

- ¡Ellen! -empezó a chillar Claudia nerviosa, segundos más tarde empezamos a perseguirla.

Se paró frente a un cubo de basura y empezó a olisquear.

- ¡Se puede saber qué haces! -Claudia estaba enfadada, su tono era muy furioso-. ¡Ven aquí! -entonces la perra la miró y lloriqueó un poco-. ¿Qué es eso? -respondió señalando una bolsa.

- ¿El qué? -yo no lograba ver nada.

- No me jodas. -se acercó a la bolsa-. ¡Ohhh! -un fuerte sonido salió de su garganta, yo no veía nada, su cuerpo no me dejaba ver.

- Dios mío. -exclamé yo esta vez, había tres cachorritos, deberían ser recién nacidos, todavía estaban mojados.

- ¿Cómo alguien es capaz de hacer esto? -escuché a Claudia con su voz más aguda, evitando llorar.

- Son hijos de la gran puta, los reventaría a todos y los encerraría en un pozo hasta que se pudran. -Claudia se sorprendió ante mis palabras, hasta yo lo hice, pero ver una criatura así, en ese caso unas criaturas como esas tan débiles, recién nacidas, parecía imposible que existiera gente así en pleno siglo XI.

- Vamos, aquí se resfriarán. -se quitó la chaqueta y los puso a todos dentro de ella para que estuvieran más calentitos, yo hice lo mismo, me la quité y se la di para que los cubriera aun más, até a la perra a la correa, la otra ya la tenía atada y yo fui con las dos directa a casa mientras Claudia llevaba en brazos a los tres cachorros.

Mi profesora de Inglés COMPLETA Donde viven las historias. Descúbrelo ahora