IX. Viejos adoquines amarillos

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Lucy llegaba tarde.

Solté un suspiro de resignación mientras comprobaba la hora otra vez. "13:21", ¿para qué me había hecho levantarme tan temprano si no pensaba llegar a tiempo? A falta de algo mejor que hacer, me puse a repasar mentalmente mi vestuario; como Lucy se había negado a decirme a dónde íbamos, no tenía idea de qué tipo de ropa debía llevar. Al final me decidí por unos pantalones de mezclilla, mis tenis de salir y una camisa que no fuera ni muy elegante ni muy casual, quería estar preparado para cualquier cosa.

La escuché llegar antes de verla. El ruido de llantas contra guijarro me alertó de que alguien estaba doblando la esquina. Poco después, la camioneta de los padres de Lucy se estacionó frente a mi casa. Desde hace unos minutos había estado pensando en algún comentario ingenioso para reclamarle por la tardanza, pero lo olvidé completamente en cuanto abrí la puerta del carro y la vi ahí, sentada en el asiento del conductor.

— Hola, Lucy — fue lo único que se me ocurrió decir mientras me acomodaba en el asiento del pasajero —. Buenos días.

— Buenos días, Will — me respondió con una sonrisa —. ¿Estás listo?

— Tan listo como pude estar, aún no tengo idea de a dónde vamos.

Lucy le dio un sorbo a su termo, el cual sólo puedo suponer que tenía café, y me dedicó su mejor sonrisa de complicidad.

— Ya verás — me dijo —, es una sorpresa.

Lucy arrancó la camioneta en cuanto cerré la puerta. Como ella estaba manejando, me había dejado a mí "a cargo" de la música, pero sólo podía elegir las canciones que estaban descargadas en su teléfono. Así era mejor, de esa forma no tenía que preocuparme por tratar de poner algo que le gustara, además podía averiguar un poco más de lo que le escuchaba ella, sentía que así conocía mejor cómo era la verdadera Lucy y me sentía más cerca de ella. Reconocí el nombre de algunas bandas, al menos teníamos algo en común; simplemente oprimí el botón de aleatorio y dejé que el algoritmo hiciera el resto.

— Por cierto — me preguntó sin apartar los ojos del camino mientras yo seguía fisgoneando su lista de reproducción —, ¿cómo lograste que tus padres te dejaran irte de viaje solo con una chica a un lugar desconocido?

— Fue bastante fácil — le respondí, encogiéndome de hombros para restarle importancia —, no saben que estoy contigo. Espero que no te moleste, pero tendré que llamarte "Ollie" durante el resto del día.

Lucy soltó una carcajada, de aquellas que se te contagiaban por lo sinceras que eran; de aquellas que te hacían querer seguir haciéndola reír, sólo para poder seguir escuchándola, aunque sea una vez más.

. . .

El paisaje comenzó a cambiar: los árboles dieron su lugar a las casas, y los animales fueron sustituidos por autos que iban y venían. Un letrero de bienvenida nos recibió al pueblo, pero la vegetación que crecía no me dejó leer el nombre.

—¡Llegamos! — dijo Lucy, deteniendo el carro en medio de una calle desconocida y volteándose hacia mí.

Llegamos, pero ¿a dónde? Antes de poder preguntar, Lucy saltó por la puerta, invitándome a hacer lo mismo. Me apresuré a acompañarla y la seguí entre un laberinto de calles adoquinadas. Ella andaba dando brinquitos de un pie al otro, tarareando una canción que me sonaba de algún lado, pero no pude identificar, mientras que mi ansiedad aumentaba con cada paso que daba.

—¿Dónde está todo el mundo? — le pregunté volteando alrededor. El pueblo estaba muy callado, demasiado; después de varios minutos caminando, sólo nos habíamos encontrado con una pareja y un par de niños jugando.

—Supongo que estarán en "ese" lugar — me respondió crípticamente, como si yo supiera de lo que estaba hablando.

—Ah, ¿sí? — le respondí, haciendo mi mejor esfuerzo por mantener mi falso estoicismo — y, ¿cuál sería "ese" lugar?

Doblamos una esquina hacia una enorme plaza que se encontraba dentro de un parque. El espacio estaba tapizado de puestos de todo tipo: comida, juegos, tiendas. Sea lo que fuese, parecía que habíamos llegado temprano; la gente seguía poniendo más carpas y estaban preparando un pequeño escenario en medio de todo. Yo sólo podía quedarme ahí parado con la boca abierta, incapaz de pronunciar palabra. Vi en Lucy esa pequeña sonrisa de suficiencia que sólo hacía cuando sabía que había ganado, aunque no yo no supiera a qué estábamos jugando.

—¡Bienvenido a la feria de San Nico!


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