Avestruces Y Chicas

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Ambas castañas caminaban alegremente, la mayor escuchaba con atención a la pequeña mientras tomaba su mano con cuidado

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Ambas castañas caminaban alegremente, la mayor escuchaba con atención a la pequeña mientras tomaba su mano con cuidado.

—tal vez estén por ahí— la menor señaló con el dedo índice hacia la gran multitud que rodeaba a una barda. Su instinto maternal surgió y sentía que algo malo estaba pasando, pues casualmente su hijo ni Levi aparecían cerca.

—Connie... — murmuró apretando la mandíbula con coraje y nervios. Pero lo que menos espero ver era a su hijo y al azabache montando un par de avestruces.

La madre corrió entre gritos hacía donde estaban los chicos, apartaba gente a empujones y regañaba a su hijo y al pelinegro desde lejos. Todo esto mientras cargaba de Sasha entre sus brazos.

—voy a matar a ese maldito— dijo furiosa de que Levi no se hiciera responsable del niño que le habían pedido cuidar.

Tanto el de orbes azules como el peligris disfrutaban de esa aventura, daban giros y corrían entre el corral con los animales alados. Estaban viviendo una experiencia inolvidable y llena de adrenalina, tal como un padre e hijo.

—¡Connie aléjate de esa sucia ave ahora! — le gritó su madre una vez estaba dentro de su rango de visión.

—tranquila paranoica, el instructor está ahí— se acercó el de pelo negro aún encima del animal, todo esto mientras apuntaba a un hombre que estaba totalmente dormido en la esquina del corral.

Era curioso ver como la fémina soltaba gruñidos de la ira mientra que la niñita a su lado sonreía entretenida al ver a su papá divertirse. La mujer le soltó una mirada desaprovatoria y la pequeña dejó de sonreír para guardar las apariencias, pero en cuanto se dió vuelta continuó sonriendo.

—¡con una mano! — el pelinegro grito a la vez que soltaba su brazo, lastima que por hacer eso cayó del animal alado, cayendo y rompiendo una sanca de madera donde había agua.

—¡eso! — se alegro la mujer castaña por la desgracia del hombre.

—¡gané! ¡Soy el rey! — el pequeño infante celebró, inmediatamente salió volando dando una pirueta en el aire y cayendo totalmente de pie y sin ninguna herida. Él tenía una sonrisa enorme mientras su madre estaba a punto de desmayarse del susto.

Todos aplaudieron ante él espectáculo del niño, repitiendo una y otra vez lo asombroso que se vio.

—¡eres un bruto, mi hijo pudo haberse roto el cuello! — le reprendió la mujer al hombre por los múltiples riesgos que jugar a eso llevaba.

—¿¡mamá, me viste!? — corría emocionado hacia su madre, dándole un gran abrazo —gracias por traerme, es el mejor día de mi vida—se acurrucó entre sus brazos, demostrando lo agradecido que estaba.

—me alegra que te estés divirtiendo— respondió al abrazo aún con el corazón a mil latidos por minuto.

—no agradezcas— susurro burlon el de ebras negras.

Luna de miel en familia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora