4. Un brote de magia.

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La primera palabra de Anabelle no logró derretir el congelado corazón de Bellatrix, aunque eso no evitó que la pequeña siga intentando que su madre la ame, o al menos, sienta el menor cariño hacia ella.

El tiempo fue pasando y Anabelle creciendo, podía caminar, aunque caía de vez en cuando para diversión de algunos mortifagos que iban a la casa, Ana reía con ellos, sin saber que se reían de ella y no con ella.

A Draco no le agradaba demasiado que esa mocosa usurpe la atención de su madre todo el día, por lo tanto él la ignoraba e incluso llegaba a hacerle caer poniendo ¨accidentalmente¨ su pie en el camino de la pequeña. Ella no comprendía que su primo no la quería tanto, por eso reía e iba tras él.

Para Anabelle, Draco era el hombre más guapo de la casa, sin importar que sea como un reflejo de Lucius (a quien no podía ver sin lloriquear) tal vez porque Draco no se veía como un hombre serpiente, o no tenía barba mal cuidada y una expresión sádica, o puede que sea porque había visto a Draco sonreír de verdad mientras estaba con su tía Narcissa.

Ella lo veía y simplemente no podía dejar de mirarle, sus ojos grises eran impresionantes y su cabello rubio se veía muy brillante. Podría ser un ángel, Narcissa había mencionado a los ángeles en algún cuento que le leyó, pero Draco no era un ángel, lo ángeles son muy buenos y bellos, pero Draco sólo era bello, no bueno (al menos no muy bueno), ella lo sabía, ninguna persona allí era enteramente buena.

Draco sintió que lo observaban y volteó la cabeza, inmediatamente chocó con los ojos color chocolate de su pequeña prima, borró la sonrisa que anteriormente le dedicaba a su madre y le dedicó una expresión seria y fría a la niña.

Anabelle le sonreía, con sus pequeños dientes blancos y sus mejillas sonrojadas, quería jugar, y por alguna razón pensó que esa vez Draco diría que sí (luego de haberle preguntado diez veces, es que, claro, la onceava vez es la vencida)

—Draco —dijo con su dulce voz de niñita—. ¿Quieres jugar?

Ahora ya lograba decir oraciones completas, ella era tan inteligente como para escuchar a los adultos y luego repetir las palabras, cuyo significado luego le preguntaría a Narcissa.

—No —negó él de forma rotunda y volvió su vista a su madre, quien le suplicaba con la mirada. Repitió—. No.

—Por favor —ella se posicionó ante él y junto sus pequeñas manos—. Por favor.

Un calor recorrió el pecho de Draco al verla así. Sacudió la cabeza y sus ojos color plata se aclararon para mirarla con una ligera amabilidad.

— ¿Jugar a qué?

Narcissa no pudo evitar sonreír mientras presenciaba la escena, había esperado tanto a que su hijo y su sobrina se unieran más.

Anabelle estaba complacida ante su logro, se irguió y envió su cabello hacia atrás, aunque volvió a su lugar dado que era muy corto y no llegaba ni a sus hombros.

— ¡A las escondidas!

—Ommm —pensó, ya no muy seguro, era un juego demasiado infantil, pero observó a su madre y entonces...—. Muy bien.

Se levantó, Anabelle alzó mucho la cabeza para poder mirarlo, ya que para ella Draco era un gigante, apenas le alcanzaba (estando un poco de puntillas) a la cadera.

Draco caminó hacia la puerta, no muy seguro de lo que debía hacer.

—Sólo jueguen por aquí —pidió Narcissa a su hijo—. Asegúrate de que no molesten a... ya sabes.

El chico Malfoy asintió tragando saliva. Si lo molestaban, posiblemente terminaría siendo la cena de Nagini.

—Tú vas a contar —le dijo ella—. Ahora, ¡voltéate o es trampa!

Sonrió un poco y se volteo, escuchó las risas extasiadas de Anabelle y notó que es la primera vez que ella en verdad va a jugar con alguien allí.

Sintió pena por ella, la verdad, no debió haber sido tan malvado, era una niña, y no estaba creciendo como la niña que debía ser.

—Draco —ella chillando su nombre le despertó de sus pensamientos—. Comienza a contar.

—Ajá —puso una mano sobre la pared—. Uno... dos... tres...

Escuchó sus pasos apresurados alejarse.

—Cuatro... cinco... seis...

Anabelle debería ir a otra casa, se dijo, para poder jugar en paz sin tener que ver cada noche a monstruos reunidos en la mesa del comedor.

—Siete... ocho... nueve...

Tal vez deban darla en adopción, con cualquier otra familia estaría mejor, siendo feliz... y amada.

—Diez... once... doce...

Un momento... allí sí era amada. Narcissa la amaba, esos elfos domésticos que la cuidaban seguro le tenían cariño... Él le quería, en cierta forma le quería. Aunque le era difícil aceptarlo, esa pequeña se había ganado su corazón con sus grandes ojos marrones mirándolo con profunda admiración en cada momento.

—Trece... cator...

¡¿Hacia dónde había ido ella?!

— ¡Anabelle! —exclamó asustado y se volteo corriendo.

Ella había ido hacia la habitación donde Voldemort estaba.

— ¡Anabelle! —repitió y su pulso se aceleraba cada vez más.

Por favor, Merlín, que esté bien.

Corrió hasta el final del pasillo y notó la puerta semi abierta, casi de un salto ingresó a la habitación.

Anabelle estaba en una esquina con las mejillas mojadas y abrazándose a sus piernas. Draco suspiró aliviado.

—Ana... ¿Estás bien?

Ella comenzó a negar frenéticamente con la cabeza sin dejar de observar por sobre Draco. Él, tragando saliva, subió la vista.

Nagini estaba ahí. Nagini estaba a punto de embestir hacia Draco, dispuesta a clavar sus dientes en su pálido rostro.

Pero quedó suspendida en el aire.

Y Draco estaba estático, observaba horrorizado a la serpiente que pudo haberlo matado un momento atrás.

Ana tenía una mano en alto, junto una expresión enfadada.

—No lo toques —dijo y torció un poco la muñeca, la serpiente chocó contra la pared—. Estúpido animal.

Estúpido animal, lo había oído miles de veces de la boca de su mamá y ahora tuvo la oportunidad de decirlo. Se sentía bien, aunque esté mal que lo diga, según Narcissa.

Voldemort tenía la varita en la mano y se apretaba el pecho, no sabía cómo sentirse ante la escena, una niña estaba a punto de matar a su serpiente, ¡sin siquiera tener el mínimo conocimiento de la magia o una varita!

Expulso —dijo y Anabelle chocó contra la pared para luego caer al suelo inconsciente, Draco la miró, aún horrorizado—. ¡Llévatela de aquí!... ¡Ahora! Niño idiota.

El muchacho la tomó y salió del lugar temblando.

Voldemort se acercó a Nagini y le acarició la cabeza.

—Hay que controlar más a esa niña —murmuró.

Fue tan sólo su primer brote de magia y ya amenazaba con destruir uno de los horrocruxes de Lord Voldemort. Él pudo sentirlo, esa niña era sumamente poderosa... y peligrosa.

Debía estar de su lado, siempre.

Anabelle Lestrange.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora