5. James Sirius y la pelirroja nocturna.

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James simplemente estaba emocionado con el hecho de que comenzaría un nuevo año escolar, y su director ahora sería su padre. Se le cruzó por la cabeza miles de ideas para nuevas bromas, muy seguro que, teniendo a su padre de director, sería totalmente intocable.

Sonrió al mapa en sus manos, el mapa del merodeador, aquel que su abuelo había creado junto a sus amigos hace décadas. Se suponía que aquel objeto debía estar guardado en un cajón de la oficina de su padre y no en sus manos camino a Hogwarts, pero ese año James se atrevió a tomarlo.

Normalmente, se pasaba el verano escabulléndose para poder ver el mapa, estudiarlo, aprenderse todos los caminos y hacer anotaciones sobre ello, para luego, una vez en Hogwarts, tener las mejores salidas de escape del vigilante del castillo.

Sus primos charlaban en voz baja a su lado, con la preocupación marcada en su rostro, en especial Rose, quien jugaba con su rojo cabello mientras expresaba que su madre le ha dicho miles de (según James) formas para dejar a todos sin libertad.

—No hay que salir de los dormitorios luego del toque de queda —advirtió mirando a James de reojo—. En verdad, hay que evitar estar solos.

— ¡Bah! Rose, todo ese tema fue hace ya dos meses—sacudió una mano mientras guardaba el mapa en el bolsillo interno de su túnica—. Ya estamos a salvo.

Rose le observó escandalizada—. ¿En verdad no temes a...?

—No, no tengo miedo —alardeo.

Albus clavó su mirada esmeralda en él, y lentamente formuló lo siguiente.

—La pregunta, Rosie, no sería si no teme, más bien debería ser ¿En verdad eres tan idiota? —el joven hizo un ademán hacia su hermano mayor—. Porque solo un idiota dudaría así. ¿Qué te hace creer que estarás a salvo, James? Espero que no hayas olvidado todo lo que ha pasado, sin importar que han pasado dos meses.

James infló sus rojas mejillas, apartando la vista algo abochornado porque su hermanito tenía razón. No importaba que hayan pasado dos meses, la muerte de la directora McGonnagall seguía repitiéndose en su cabeza, al igual que las palabras de su padre al revelar que Victoire iría a una institución mental, y que había asesinado a Teddy y a su hija. Todo seguía fresco.

Pero James no podía con eso, no podía con la realidad, ni con la muerte de su hermano mayor. Prefería fingir que nada sucedía para evitar sentirse vulnerable.

Un silencio incómodo atrapó al vagón de la familia Weasley. Lily dormía en el hombro de Molly. Dominique cargaba al pequeño Louis de once años. Fred estaba en el suelo, con la espalda hacia la ventana. Roxanne iba junto a él. Albus y Rose estaban frente a James, este último comenzaba a sentirse sin aire.

—Ya vuelvo —declaró aireado mientras abría la puerta con dificultad.

Afuera chocó contra un chico poco más bajo que él.

Scorpius se disculpó, James lo empujó a un lado y se apresuró en salir de allí. Fue directo hacia el final, hacia los baños.

Cerró la puerta tras de sí, presionó sus palmas contra su rostro mientras su respiración comenzaba a cortarse.

No quería llorar, no podía llorar, él debía ser fuerte y guardárselo. Pero no podía.

Sus mejillas se mojaron y dejó escapar un sollozo.

Adoraba a Teddy. Era su hermano mayor, fue el que le enseñó todo.

Palpó el mapa, la primera vez que lo vio fue porque Teddy se lo mostró.

James comenzaba su primer año en Hogwarts, era la noche en la que le declararon un Gryffindor. Subía las escaleras junto al mar de alumnos, cuando una mano tiró de él a una zona oscura, lejos de los demás. Al voltear se encontró con los ojos mieles de su, ya declarado desde los cinco años, hermano mayor.

Anabelle Lestrange.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora