Capítulo veintidós: Quiero dormir contigo.

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La calma se hace paso a través de mis oídos. El leve murmullo de las sábanas en contacto con mi piel, el lejano rumor de los coches y mi respiración. La luz entra en la habitación a través de las rendijas de la persiana, creando un patrón en la pared opuesta. A pesar del cansancio, no soy capaz de cerrar los ojos. Aún me vienen, como a ráfagas, imágenes de las últimas horas cuando la oscuridad se hace presente en mis párpados. Vuelvo a tragar saliva, intentando calmar el latido de mi corazón. De nuevo, la presencia de la cantante en mi casa es desafiante, mucho más después de la discoteca. Suena un runrún en mi cabeza que me dice que me deje de tonterías. Ojalá fuera tan fácil.

—Hola —susurra una voz femenina, al tiempo que da un par de golpecitos en el marco de la puerta—. ¿Estás despierto? —Me alzo en los codos para mirar hacia el sonido.

—¿Tú tampoco puedes dormir?

—No.

Alma avanza por el cuarto apenas un par de pasos, hasta que se detiene por completo a los pies de la cama. Yo no he cambiado la postura, pero me doy cuenta cuando me quedo sin aire de que había estado conteniendo el aliento desde que ha aparecido.

—¿Y eso? —pregunto, temiendo la respuesta.

—Se me hace raro estar aquí. —Pasa la mirada por las paredes, casi tímida, me atrevería a decir—. No sé. Pienso en que estás a un par de puertas de distancia y algo dentro de mí se estira tanto en tu dirección que acaba doliendo.

—Todavía no se te ha pasado el pedo, ¿verdad? —digo, al borde de la taquicardia.

—Creo que aún me queda un puntito, sí —ríe.

—Me pasa lo mismo. —Me incorporo, quedando sentado a lo indio, más cerca de ella—. Pero está siendo un poco incómodo... —dejo caer.

—Ya, lo entiendo. Es tu lugar con Alex, y todo eso. —Gira el gesto, haciendo el amago de darse la vuelta, pero acaba por dar apenas un paso para atrás, sin terminar de darme la espalda—. Solo quería que lo supieras. Que me muero por dormir contigo, digo. Pero no tengo prisa. —Me lanza una mirada cargada de ternura y anhelo, ante la que tengo que obligarme a parar las ganas inmensas que me han dado de lanzarme a sus brazos y concederle todos sus deseos. No sería justo.

—Yo también quiero dormir contigo. Pero no aquí. Aquí no...

—Lo sé. —Se acerca a mí, deja un suave beso en mi mejilla y, tal como ha venido, con lentitud y sin apenas hacer ruido, se va.

Me dejo caer en la cama y, mirando al techo, dejando pasar las horas, las canciones que se reproducen todas al mismo tiempo, el vaivén del mundo sobre mis iris, acabo dormido en la mala postura que me deja mi relación con dos personas.

Despierto sobresaltado, tomando de golpe la bocanada de aire que me ha robado el sueño. Me lleva unos segundos recobrar la consciencia y averiguar dónde me encuentro, qué día es, qué ha pasado antes de que me quedara durmiendo. En cuanto lo hago, pego un largo suspiro, mordiéndome los labios, como si no acabara de creerlo. La euforia sube por mi estómago, burbujeante, se escapa por mi garganta en forma de grito ahogado, algo más parecido a un gemido, y sonrío. Siento el cansancio en cada músculo de mi cuerpo, la pesadez en los párpados, la sequedad en la boca. Pero me animo a mirar la hora en el reloj de la mesita de noche de Alex, y al ver que es hora de comer, me levanto como un resorte.

Salgo por la puerta tratando de hacer el menor ruido posible, pero la luz del salón me relaja por completo y acabo por descubrir a Alma sentada tranquilamente en mi sofá, viendo algo en el teléfono con los auriculares puestos. Al ver movimiento por el rabillo del ojo, levanta la mirada y, al encontrarse conmigo, sonríe ampliamente.

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