Capítulo 08: Indiferencia

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31 de agosto. 

¿En qué momento pasó de sentirse desesperada para llegar a casa, a desear retrasar más su llegada? ¿En qué momento encontraba paz en cualquier sitio que no fuera ese? ¿En qué momento dejó de ver a su esposo como su lugar seguro, como su familia? No lo sabía. 

Se encontraba con un estado de ánimo completamente distinto al que estaba manejando días atrás, pues se ponía a recordar lo que estaba detrás de su vida perfecta. Después de haber estado por tres días en New York, y sin conciertos pendientes pronto, sin mucha emoción tenía que volver a casa. 

Sabía lo que la esperaba en su hogar: un esposo indiferente, lejano, ausente. ¿Así a quién le dan ganas de regresar? ¿Y para qué volver? Si al final se sentía más sola estando con él, que sin él. 

Su amor no podía soportar indiferencia, era necesario sentirse querida, escuchada, atendida, deseada. Y no, tampoco estaba dispuesta a soportar cambios en la relación, según porque con los años es algo normal. De ninguna manera. Si llegaba a ser así, consideraba que no era momento para que ellos tuvieran que estar pasando ya por esa etapa. 

Para ella, el amor es algo que se construye todos los días. Se construye con una flor, con un beso, con una mirada, con un "qué linda te ves hoy", con una escapada a media noche. Con pequeñas cosas, que en realidad son las grandes cosas que marcan la diferencia. 

Pero no existía nada de eso entre ellos ya. ¿A dónde se fue aquel hombre que hacía un camino de rosas para llegar a la cama? Ese hombre detallista, romántico y seductor que la conquistó hacía años. Tampoco existía más, al parecer. 

Sin embargo, ella seguía existiendo. Existía la mujer que le regalaba flores, que le componía y cantaba canciones, que escribía poemas, que daba dibujos. Ella seguía siendo la misma, es por eso que no entendía el cambio tan drástico en él. 

¿Qué era lo peor de todo? Que ella seguía con los detalles, tratando de recomponer con eso su situación. ¿Qué recibía a cambio? Desinterés, apatía, desgana. Una sola actitud puede matar las ganas de luchar por alguien. Eso era lo que Armando estaba consiguiendo con cada gesto de desamor. 

Aunque le doliera, debía de aceptar que se hallaban en esa situación desde años atrás, pero ninguno de los dos se atrevía a aceptar, mucho menos hablar. En un principio lloraba con cada acto de desdén, preguntándose a solas que había hecho mal, culpándose a sí misma por cosas que no le correspondían. Pero con el tiempo, lo que antes dolía, empezaba a darle igual. 

No es para confundirse, porque su corazón seguía latiendo por el mismo hombre de diez años atrás, aun estuviera así de cambiado. El amor no se estaba acabando, pero había un descuido en la relación que los estaba separando. Porque lo que no se cuida, se pierde. 

Aceptar que su matrimonio de una década se está yendo por la borda, no era nada fácil, menos cuando seguía amando. Pensar en tantas buenas experiencias juntos, en tantas bellas anécdotas, tantos besos, encuentros, abrazos. Pensar en cuántas noches en vela esperándolo, en cuántas cenas frías, en cuantos plantones, en cuanta falta de emoción ante un detalle, en tan poca apreciación. Tenía que poner en una balanza qué pesaba más para ella. 

No consideraba que el divorcio fuera una tragedia. Tragedia sería tener un matrimonio infeliz. Vivir con migajas de un amor incorrecto, cobarde, mediocre. Pero tampoco quería adelantarse y llegar a ese punto sin retorno. No sin antes haber hablado con Armando, poniendo las cartas sobre la mesa, exigiendo explicaciones, y sugiriendo soluciones. 

Durante el viaje hacia México, tomó la decisión de ese mismo día hablar con su esposo para aclarar las cosas entre ellos de una buena vez. Estaba cansada de vivir con esa incertidumbre y con el miedo de que el cualquier momento su matrimonio terminaba de romperse por completo. 

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⏰ Última actualización: Oct 14 ⏰

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