Capítulo 11: La casa

31 3 12
                                    

Cuando atravesaron el portal, se encontraban nuevamente en el primer escenario, en el jardín de las rosas frente a la casa. Carol sentía que le sudaban las manos.

— ¿Al fin conoceremos al Escritor?

Jack sacó de su bolsillo una llave de color dorado con un decorado antiguo.

—Aún no, debemos terminar de limpiar la casa primero.

— ¿Terminar de limpiar? –frunce el ceño

Él asiente.

—Los recorridos que hemos dado por tus recuerdos han hecho que la casa se limpie en algunos sitios, pero hay lugares que necesitan un poco más de trabajo.

Ella suspira, resignada.

—Bueno, entonces debo ir por utensilios –Jack la detiene a medio camino.

—No esa clase de limpieza. Vamos adentro, voy a mostrarte. – pone la llave en la cerradura y abre, cediéndole primero el paso.

Era un sitio enorme, que tenía unas escaleras de caracol que conducían a la parte superior. El recibidor estaba limpio y aseado, pero al parecer faltaba la parte superior, y por el tamaño del lugar, se podía adivinar que eran muchas habitaciones.

—Tengo una pregunta, Jack.

—Dime, joven alumna.

— ¿A qué te refieres con que la casa se limpió con los recorridos que dimos?

—Cada recorrido por tus recuerdos significaba un lugar limpio. Cada prueba superada hacía que una habitación se aseara. Pero aún no hemos terminado. Hacen falta unas cosas más.

Carol suspira al darse cuenta de que quizá eran demasiadas. Mira alrededor girando sobre sí misma.

— ¿Y hay alguna manera de limpiarla rápido? – bromea y ríe un poco. Jack se queda serio.

—Nada que valga la pena salvar se hace de manera rápida. Aunque hay otra manera de dar un recorrido sin saltar por un precipicio.

Ella lo mira atenta.

— ¿Y cuál es esa manera?

Jack extiende una mano y le señala la puerta que está delante suyo.

—Tendrás que averiguarlo por ti misma, joven alumna.

Carol vaciló un instante antes de decidirse a abrir. Se quedó parada un buen rato delante de la puerta, y cuando se decidió a hacerlo, giró tímidamente la perilla y entró a la habitación.

Dentro de la misma había una gran sala parecida a las salas de cine de los años 50's. Había una gran fila de asientos y una enorme pantalla con un pequeño proyector que apuntaba directo a la pantalla.

Carol miró a su maestro.

— ¿Un cine?

—No es simplemente un cine, Carol. Ya lo verás –se acerca dónde está el proyector y toma una de las tantas cintas que hay allí. Luego la coloca en el proyector y lo enciende–. Ponte cómoda, porque esto va a interesarte.

Carol frunció un poco el ceño y se cruzó de brazos, dispuesta a observar. Toma asiento en una de las filas de adelante. Alcanzó a ver que la cinta que había puesto Jack decía: "Etapa de escuela primaria". Cuando se encendió el proyector comenzaron a pasar unas imágenes. No podía creer lo que veían sus ojos. Se mostraba a la pequeña Carol, de 7 años, que acababa de ingresar a la escuela primaria. Desde muy pequeña manifestó su interés en la lectura y las letras, y comenzó a devorar libros tan pronto como comenzó a leer. La cinta mostraba aspectos relevantes en su vida justo en esa etapa. A un lado del proyector, Carol pudo distinguir que las cintas estaban organizadas por categorías, y a su vez, por colores. Cada vez que Jack ponía una cinta marcada con color amarillo, en la pantalla se mostraban momentos felices en su vida, tales como cuando recibió su primer cachorro, cuando ella tenía 5 años, o cuando recibió su primer libro, cuando tenía 7. Cuando Jack ponía las cintas marcadas con color blanco, se mostraban sus momentos más sublimes, como cuando pasaba momentos de calidad con su padre, o cuando sentía que tenía verdaderos amigos, e incluso, cuando se enamoró por primera vez; aunque, como ya sabemos, haya sido desastroso después. Y por último, estaban las cintas de color negro. A esas alturas, ya creía saber qué significaban. Cuando Jack está a punto de poner la cinta, Carol lo detuvo.

—Espera... es suficiente –dice con un suspiro–. Entendí el punto, ¿está bien? Estamos viendo distintas etapas de mi vida. Pero no sé a dónde quieres llegar con todo esto. ¿De qué está sirviendo ver mis recuerdos nuevamente? ¿Volver a atormentarme?

Jack negó con la cabeza.

—Si eso es lo que piensas, entonces no ha servido de nada todo lo que hemos pasado hasta ahora.

Ella frunce el ceño.

— ¿Qué quieres decir?

Jack suspira un poco y la mira a los ojos.

—Tienes que aprender a ver las cosas desde otra perspectiva. Hasta el momento habíamos estado viajando por tus recuerdos en primera persona. Es decir, estábamos en el ojo del huracán. Cuando uno está en medio de la tormenta no puede ver el sol. Al contrario de si lo hace cuando está afuera.

—No comprendo –le dijo ella, obviamente confundida–. No entiendo que quieres decir.

Sin decir nada más, Jack colocó una cinta negra y encendió el proyector. Unas imágenes comenzaron a hacerse presentes.

Volvió a ver las primeras imágenes, de cuando murió su abuela.

Mientras ella lloraba desconsolada, un extraño personaje comenzó a hacerse presente en pantalla. Parecía un individuo educado, de grandes recursos económicos. Y ella lucía como un desastre. Su ropa estaba hecha añicos, y parecía descalza. Este personaje se acercó y le entregó un par de zapatitos a su yo pequeña, y también un vestido nuevo. Le secó sus lágrimas y le sonrió, lo que hizo que la pequeña Carol dejara de llorar.

Aparece otra escena. Carol, ya hecha una adolescente, con el mismo vestido hermoso que le había obsequiado aquel hombre. Seguía igual de elegante, al parecer el vestido había crecido con ella... pero había un problema. Ese vestido presentaba ahora una mancha. Comenzó imperceptible, pero a medida de que iba creciendo y acumulando tristezas y rencores en su vida, la mancha se iba haciendo cada vez más grande.

De repente, ya no está viendo nada en pantalla, sino que ella misma está en escena.

Ahora puede ver ella también ese vestido, que con sus ojos naturales no podía ver.

Una lágrima recorrió su mejilla.

—Estoy... estoy sucia. La casa soy yo, es mi alma... ¡Y estoy sucia! ¡Oh Dios mío! ¿Qué puedo hacer? – corrió rápidamente al lavabo a intentar limpiar la mancha, que cada vez se hacía más y más grande, pero que no podía quitar... Es más, cada vez que lo intentaba, pasaba lo mismo que con el Libro de las memorias, era imposible cambiar las telas. Tenía ganas de romper todos los libros, de quemar todas las cintas, borrar sus recuerdos, sus rencores, sus manchas.

Pero no podía. Se dejó caer en el suelo, desconsolada, sin saber qué más hacer.

De pronto, la enorme puerta de la habitación se abrió. Ella, aún llorando, volteó a ver en cuanto escuchó el ruido. Abre mucho los ojos, y se pone de pie.

Era el personaje que le había regalado el vestido.

El libro de las memoriasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora