Capítulo 2

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Capítulo 2:

Harry estaba eufórico cuando se lo conté. Me las había apañado para descubrir que Parkinson pensaba pasar la tarde del viernes en la biblioteca, y había logrado convencer a Draco para ir con ella en lugar de vernos en nuestro lugar secreto poniendo como única excusa que tenía que estudiar. Siendo yo quien era no había sido difícil hacer que me creyera. Y, por supuesto, mi amigo aparecería por allí unos minutos después y se uniría a nosotros como el que no quiere la cosa.

Algo fácil para empezar.

Draco tomaba mi mano firmemente mientras caminábamos por el pasillo en dirección a la biblioteca. Los demás alumnos nos miraban y cuchicheaban entre ellos, pero el hecho de que él estuviera tan seguro de lo que hacíamos era tranquilizador. Porque éramos de casas y castas diferentes, la pureza de nuestra sangre no era igual, éramos el día y la noche... pero también éramos él y yo contra el mundo, y de eso no había lugar a dudas. De hecho, me conocía tan bien que notó cómo mi cuerpo reaccionaba al pasar cerca de la puerta que daba a nuestro lugar especial.

—¿Has cambiado de idea? —me susurró al oído, y la calidez de su aliento en mi cuello me hizo preguntarme si de verdad tenía que empezar con aquel paripé ese mismo día. ¿No podía esperar un poco? Porque yo, desde luego, no podía esperar a volver a estar a solas con él.

La voz de la responsabilidad de mi cabeza me obligó a centrarme. Ya había dado mi palabra, y Harry se decepcionaría si lo pospusiera de repente. Además, últimamente había estado muy solo desde... bueno, desde lo que le pasó a Ron en aquel maldito bosque.

Recordar aquella muerte era tan doloroso que la tentación de estar con Draco se vio afectada.

Sacudí la cabeza para liberarme de los pensamientos tristes y concentrarme en mi misión. Draco, por supuesto, supo a la perfección lo que estaba pensando al no responder.

—Más tarde —me propuso, zanjando el tema para que yo no tuviera que hacerlo.

—Gracias —le dije, tirando un poco de su brazo para hacerle inclinarse y poder besar sus labios.

Alguien entre la gente murmuró un malintencionado «asesino», y luego otra persona le siguió con un poco amable «traidora».

Nosotros nos apretamos las manos con más fuerza.

La guerra no nos había roto, nos había unido. Y mientras él y yo fuéramos uno, todo estaría bien para ambos.

. . . . .

Cuando Harry llegó y yo le hice un gesto para que se acercara, se puso tan nervioso que se tropezó con sus propios pies y cayó de bruces al duro suelo. Draco contuvo la risa para evitar que me molestara, pero Pansy soltó una carcajada que hizo volverse a media biblioteca. La encargada nos miró con desaprobación y llamó al orden, pero Pansy siguió riéndose incluso después.

—Y así derrota uno al señor oscuro —se burló, pero por suerte Harry no alcanzó a escucharlo.

Estaba rojo como un tomate cuando se sentó a mi lado, frente a ella, manteniendo la cabeza gacha. La giró muy sutilmente hacia mí solo para decir en un susurro casi inaudible:

—Menuda cagada.

—Tranquilo —respondí en voz baja, frotándole la espalda disimuladamente.

Esperé un rato, fingiendo estar sumida en el estudio, hasta que me cercioré de que Harry se había recuperado del mal rato que le habían hecho pasar los nervios para entonces fingir desperezarme un poco y proferir un pequeño suspiro, como si necesitase un descanso.

El arte de romper un corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora