Capítulo 4:
En cuanto nos sentamos a cenar, Harry no tardó en preguntarme si yo sabía algo de por qué su amor platónico había sido llamada al despacho de la directora sin motivo aparente, pero solo pude decirle que no tenía ni idea al respecto. La cosa tampoco mejoró cuando procedí a contarle mis nulos avances con la chica durante aquella tarde.
No entré en detalles, solo le dije que habíamos ido a dar una vuelta por el pueblo. Yo hacía mucho que conocía su gusto por Parkinson, por supuesto, pero era con Ron con quien él conversaba en cuanto a chicas se trataba, así que no sabía cómo se tomaría la noticia de que había ido a un balneario con ella. ¿Querría saber cómo se veía ella en bañador? ¿Cómo era su cuerpo bajo aquella fina tela que se le había pegado a la figura en cuanto había saltado al agua? Era mejor evitar posibles preguntas embarazosas como esas, así que desvié la conversación a otros temas alegando que le pegaría un puñetazo en la cara como pretendiera hablar de Pansy Parkinson las veinticuatro horas del día. Que no era sano obsesionarse tanto con alguien, sobre todo si ese alguien apenas soportaba su presencia.
—¿Vas a venir tú a hablarme de obsesión? —inquirió con un deje de sarcasmo en la voz, y acto seguido estuve a punto de darle un puñetazo en la cara de verdad—. Mira, ahí viene tu obsesión andante.
Sabía de quién se trataba antes incluso de girarme.
Draco había venido a sentarse a mi lado en cuanto terminó la cena.
—Hola, preciosa.
Él rodeó mi cuerpo con su brazo y yo respondí apoyando la cabeza contra su cuello. Harry se fue poco después, dándonos espacio para estar a solas después de toda la tarde sin vernos.
—¿Sabes qué ha pasado con...? —pregunté al cabo de un minuto.
Él me besó en la frente.
—No, no ha bajado a cenar.
Pero eso ya lo sabía, ya que no había dejado de mirar en dirección a su mesa para comprobar si volvía de su visita al despacho de McGonagall o no.
Debía admitirlo: Lo cierto es que parecía yo más preocupada que Harry o que su propio amigo.
—Es Pansy, seguramente haya mirado mal a algún niño de primero y solo la hayan llamado para recordarle que no puede ir por ahí intimidando a los alumnos, pero ¿qué pueden hacer contra eso? Es la forma que ha tenido de mirar a todo el mundo prácticamente desde que llegamos a Hogwarts.
Fruncí el ceño.
—Conoces a Parkinson desde que nacisteis —dije.
Él me miró con extrañeza.
—¿Es una pregunta? —parecía genuinamente confundido.
—No, es solo que... ¿no siempre fue así?
Era raro, pero siempre había imaginado que su mal humor había nacido con ella, que había formado parte de su personalidad desde siempre. Se había esforzado tanto por caerle mal a todo el mundo que, a pesar de que me consideraba una persona poco o nada prejuiciosa, había conseguido que yo misma asumiera que siempre había sido igual de desagradable que ahora.
—No, qué va. Recuerdo muy bien que era una niña que se reía y jugaba mucho con los demás. No le costaba socializar ni nada por el estilo. Además, solo se ponía de mal humor cuando sus padres no le dejaban comer más helado de la cuenta, pero supongo que eso es normal cuando eres un niño un poco caprichoso.
—Pansy Parkinson... ¿reía?
Parecía una pregunta estúpida, pero lo cierto es que yo no la había visto reír ni una vez en su vida. Al menos, no de forma irónica o sarcástica, o porque hubiera presenciado cómo alguien se daba de bruces contra el suelo de repente.
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El arte de romper un corazón
أدب الهواةHay tres reglas básicas en el arte de romper un corazón. La primera: Amar a alguien. Si duele en lo más profundo de tu ser, estás amando bien. La segunda: Darle a ese alguien el poder de destruirte y confiar en que no lo haga. Todo el mundo tiene...