3. Harry y Draco

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—¡Harry Potter, dime que no es cierto!

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—¡Harry Potter, dime que no es cierto!

Su amigo pelirrojo llegó corriendo a Harry muy alarmado, parecía haber visto una araña gigante como hace mucho no pasaba.

—No es cierto, Ron —contestó divertido.

—¡No estoy jugando, idiota!

—Cállate, Ron, estamos trabajando —dijo Harry al ver que los demás los miraban mal.

—Harry, amigo, ¿qué te está pasando? —susurró el pelirrojo.

—¿De qué hablas Ron? —preguntó el azabache sin despegar la vista de sus informes. Se acomodó los lentes y siguió.

—En El Profeta dicen que estas cortejando a Draco Malfoy —comentó incrédulo, parecía incluso ofendido cuando el de lentes por fin lo miró sin ninguna expresión en su rostro—. Ni siquiera te has molestado en desmentirlo.

—Es cierto —se limitó a responder, reprimiendo la pequeña risa que se asomaba por su garganta de tan sólo ver las expresiones de su pelirrojo amigo.

—¡¿Estás loco?! ¿No se te ocurrió preguntarle a tu mejor amigo de toda la vida?

—No hace falta preguntar nada—objetó apenas viéndolo, sabía que la idea no le agradaría.

—¡Harry! —Gritó en un susurro Ron—. Estamos hablando de Malfoy, el hurón. ¡Es un maldito mortifago! ¿Ya no recuerdas todo lo que te hizo? ¿Los ataques de furia que te provocaba?

Pero el azabache no se molestó en escuchar las protestas del pelirrojo, ni siquiera en voltear completamente en su dirección.

—Tenemos que ver a Hermione —se alarmó el pelirrojo.

—Tenemos que acabar de revisar los reportes —reprochó Harry—. Ron, no has hecho ni la mitad.

—Esto es más urgente, Harry, ¿no te das cuenta de la estupidez que quieres hacer?

—No es ninguna estupidez.

—¡Ese idiota debió hechizarte o algo, tenemos que ir con Hermione!

—Vamos con Herms —se rindió el azabache, levantándose bruscamente de la silla.

Se dejó arrastrar por Ron hasta la oficina de su amiga, sin decir nada aun cuando sabía que era ridículo lo que su amigo quería hacer.

—Wen, necesito ver a mi novia —habló Ron a la secretaria.

—Le avisaré.

—No hace falta —aseguró, tenía ya una mano en la perilla de la puerta. Estaba listo para abrirla—. Por favor no dejes que nadie nos interrumpa.

—Gracias, Wen, ¿podrías traernos café? —preguntó Harry.

—Claro —contestó extrañada la secretaria. Era raro ver al azabache pidiendo un café, aun si era muy suave o descafeinado, pero el café siempre era su última opción.

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