Emaline
Aquel fin de semana su madre por fin le había dado la gran noticia: que el padre de Chad, Joseph, y ella se iban a casar. No la pilló por sorpresa porque ya lo sabía, pero aun así le chocó un poco la noticia. Algo en su interior tenía la esperanza de que no fuera verdad. Pero ahora estaba más que claro que iba a suceder. Chad y ella iban a ser hermanastros. Ni siquiera soportaba tener que verlo en el instituto y ahora era bastante probable que se fueran a vivir a su casa. Aunque no tendría que preocuparse por eso hasta la boda, que no sería pronto. O eso esperaba.
El lunes por la mañana su madre la volvió a sorprender despertándola ella misma, diciéndole que tenía cita con el psicólogo. Como a Emaline no le gustaba ir, su madre decidía coger citas sin que ella lo supiera para que no pudiera negarse.
No tuvo más remedio que hacerle caso. La sesión empezaba a las ocho y media, treinta minutos más tarde de lo que empezaban las clases. Así que avisó a Natalie y desayunó con tranquilidad. Más tarde, se subió al coche con su madre. Había veinticinco minutos de camino hasta la consulta. Apoyó la cabeza en la ventana, mirando el paisaje, pero sin darse cuenta se quedó dormida.
Acababa de recoger a Maddie del colegio, que ya estaba sentada en su silla. No paraba de protestar, quería que fuera su madre la que la recogiera y Emaline intentaba explicarle que eso no sería posible porque estaba ocupada y que ya la vería en casa. Pero intentar convencer a una niña pequeña de algo que no le parece bien es muy difícil, por no decir imposible.
—Maddie, estate quieta —dijo por tercera vez la muchacha—. Enseguida estamos en casa y ves a mamá.
—¡No! —gritó la niña—. Yo quiero ahora.
Y se volvía a retorcer en el asiento, quitándose el cinturón.
—Maddie, ponte el cinturón.
—¡No! ¡Quiero a mamá!
¿Cómo se suponía que debía decirle a su hermana pequeña que en realidad mamá hacía mucho que no estaba presente en casa? Se pasaba casi todo el día fuera y llegaba muy tarde, ni siquiera tenía tiempo a ir a recoger a Maddie, y eso que era su favorita.
—¡Ponte el cinturón!
—Ya me encargo yo —intervino Natalie a su lado—. Tú céntrate en la carretera que nos vamos a estrellar.
Emaline le hizo caso y dejó que se ocupara de su hermana. Fue entonces cuando ocurrió todo. La carretera estaba oscura, pero pudo ver el coche que pasó por su lado. Un coche bastante conocido. También vio las personas que iban dentro de él: su madre y el padre de Chad. ¿Qué hacía su madre con él? ¿No se suponía que hacía horas extra en el trabajo? Por lo menos, eso les decía ella.
Pero eso no fue lo peor.
Lo peor fue cuando vio cómo su madre le acariciaba el pelo al hombre y se acercaba para darle un beso rápido en la mejilla con una sonrisa que conocía muy bien. Una sonrisa de enamorada.
Sintió la rabia y la tristeza inundar su cuerpo con rapidez y apretó las manos alrededor del volante. O sea que no tenía tiempo para su familia y sí para un hombre al que apenas conocía.
Notó las lágrimas inundarle los ojos, haciendo su visión borrosa. No podía creérselo. De entre todas las cosas que podrían suceder, aquello era lo último en lo que pensaría. Que su madre le pusiera los cuernos a su padre le resultaba algo imposible. Pero ahí estaba, lo había visto con sus propios ojos.
Cada vez tenía la vista más borrosa, intentaba quitarse las lágrimas con una mano, sin perder demasiado el control del volante, pero era en vano, aparecían más y más, sustituyendo a las anteriores.
A su lado ni Natalie ni Maddie se habían dado cuenta de lo que había pasado, seguían discutiendo. Maddie seguía sin querer sentarse bien en su asiento.
No lo vio venir, un camión que venía muy rápido por el carril equivocado. No le dio tiempo a esquivarlo, y antes de poder avisar a sus acompañantes sintió el golpe sordo y todo se quedó negro.
Mentiría si dijera que estuvo centrada y prestando atención a lo que le decía el psicólogo durante la sesión. Se dedicó a darle respuestas vagas y monosilábicas sin entender muy bien lo que le preguntaba.
Evidentemente, el hombre se dio cuenta.
—Hoy está muy distraída, señorita Smythe —observó. Se subió las gafas con el dedo índice y la miró con atención—. ¿Es que ha recordado algo más del accidente?
Emaline estuvo a punto de decir que no. No le gustaba nada hablar con aquel hombre. Bueno, no le gustaba hablar con nadie sobre aquel suceso. Pero esta vez algo en su mente cambió.
—Sí —respondió, para sorpresa del psicólogo—. Justo antes de venir.
—Eso es algo bueno, ¿no?
Emaline dudó.
—Bueno... sí, supongo.
—¿Qué es lo que ha recordado?
—Maddie estaba enfadada y lloraba, quería ver a mamá —contestó sin apenas pensar. Luego dirigió su mirada hacia las manos, jugueteando con los dedos—. Vi a mi madre en el coche de otro hombre, estaba engañando a mi padre.
—Entiendo. ¿Y eso te enfadó?
—Sí, me enfadé mucho, pero también me puse muy triste.
—Eso es normal. ¿Entonces crees que la culpa fue de tu madre?
Emaline levantó la mirada hacia el hombre, pensando. ¿Era la culpa de su madre? Quizá la odiara por aquello pero...
—Sí y no —terminó diciendo.
—¿Podrías explicar a qué te refieres con eso?
—Creo que la culpa fue de muchas personas. Por una parte mía, por coger el coche cuando no debía. Por otra de mi madre, por hacer lo que hizo. Por otra, de Natalie, por no avisar a mi padre o negarme coger el coche. Y, por último, por el conductor de aquel camión.
El psicólogo asintió, parecía satisfecho con la sesión. Por lo menos, Emaline había hablado más que el resto de sesiones que habían tenido. Era un gran avance.
—Creo que es suficiente por hoy —dijo el hombre.
La muchacha lo agradeció, estaba un poco agotada psicológicamente, y encima ahora tenía que volver a clase, porque el día todavía no había terminado.
—Ya hablaré con tu madre sobre la próxima sesión —habló el hombre antes de que Emaline saliera de la consulta. Ella tan solo asintió en respuesta.
Cuando salió su madre ya la estaba esperando en el coche. Se sentó después de saludarla y se dirigieron de camino al instituto. Ni siquiera le preguntó qué tal le había ido la sesión. Y Emaline casi que lo prefirió, no tenía ningunas ganas de hablar de nada con nadie.
Encendió su móvil para avisar a Natalie que ya iba hacia el instituto, pero justo cuando abrió la bandeja de mensajes se encontró con un contacto que no esperaba que le hablase. Por lo menos, no después de lo que había pasado. Un amigo de Chad, Peter, le había mandado un enlace seguido de un mensaje:
Si esto no es estar enamorado, no sé entonces qué es.
Frunció el ceño confundida. ¿Qué? ¿De qué estaba hablando? Abrió el enlace para ver lo que era. Y en cuanto lo hizo sintió como toda su sangre se bajaba a los pies, dejándola completamente en shock y paralizada. Lo leyó todo, cada uno de los diferentes apartados que había. Eran notas, notas de amor de diferentes fechas, desde el día que llegó al instituto hasta hacía tan solo unos pocos días. Y todas iban dirigidas hacia una persona: ella.
Y, además, todas estaban firmadas por una sola persona: Chad.
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Mi Chica De Ensueño © ✔
Novela JuvenilWade Marshall es un adolescente de casi dieciocho años que lleva perdidamente enamorado de Emaline Smythe tres largos años. Él siempre ha sido un chico de muchas palabras, y para expresar todo lo que sentía lo escribía en su portátil a modo de carta...