02 | Un Blanco en el pueblo

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Sentada bebiendo mi café me encuentro, tratando de pensar en cómo en cuestión de horas mi tranquilidad a llegado a su fin.

[6 horas atrás]

Mi corazón se encontraba desbordado, sabía que me había entrado sola a la boca del lobo.

En medio de la desesperación que en mi se abarco no me permití tiempo a pensar nada viable, el temor de que lo encontrasen a él por aquí, al igual que me anexaran a este, hizo de mis pensamientos un tormento aún mayor.

Bajo la tan oscura noche iluminada por la luna, cargue aquel pesado hombre llevándole a los aposentos.

De sus ropas quedaba poco, se encontraban gran parte inexistente, sucias y cubiertas de aquel líquido carmesí ya seco.

«¡O señor! ¿En qué me he metido padre?»

Trague en seco observando la magnitud de heridas que esté en su cuerpo llevaba.

De su rubia cabellera descendían gotas rojas, haciéndome ver que la herida estaba fresca. En su pecho había un gran circulo que adornaba de un rojo profundo aquella que alguna vez fue una blanca camisa.

Subo las escaleras cargando a este con todo el esfuerzo posible, dejándolo en la cama donde comenzaría a tratar de desinfectar las heridas.

Sin duda dejarlo morir no era una opción, los cargos dejados en mi contra serían terribles, decir que sería una ejecución sería poco, antes de llegar a eso sería gravemente torturada.

«Deseando morir en vida»
Como de otros escuchaba.

Sin perder tiempo saque aquel botiquín de color verde que guardaba en aquel viejo armario de caoba, ya un poco desgastado por las carcoma.

Primeramente, quitando aquella camisa de la cual poco quedaba, está se encontraba impregnada en la abierta carne de aquel hombre.

Una herida mordaz y profunda, de gran longitud.
Desde su pecho hasta su estómago.

Me tense al ver esto, la cortada era una impactante, me atrevía a jurar que con algún metal suficiente filoso fue cortado.

Su gran cuerpo en todo momento se encontraba inerte, temí por todos los santos que este se muriese aquí.

«¿Porque no decidió caerse en otra casa?
«¡Ay, señor, perdone a esta hija suya por pensamientos tan desagradables!»

Pases largos minutos saturando aquellas heridas que lo requerían, no eran tan profesionales como los médicos que de esta profesión ejercían, pero mal no estaban.

Aprendí debido que yo era la que socorría a los del pueblo, ya que no podían prescindir de los cuidados de un médico especializado, en los hospitales no se permitía atender a un negro.

Varias veces en la noche me despertaba a revisar que aún respirase, era preocupante pensar que no lo fuese.

El golpe que más me preocupa era el de su cabeza, Sabía que podía tener algunas repercusiones por la gravedad del golpe.

«¡O señor mío, ten piedad de tu fiel hija!»

Sentada en el pequeño mueble marrón que se situaba a el lado de aquella cama me encontraba sentada, con mi arma en mano, era lo que me daba seguridad.

Sin percatarme la noche fue cayendo, y en ningún momento había pegado un ojo.

***

Minutos después aquel té se encuentra listo, agradeciendo mis adentros haber comprado aquellas especias.

𝐇𝐚𝐳𝐦𝐞 𝐑𝐞𝐜𝐨𝐫𝐝𝐚𝐫 © [bwwm]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora