Capítulo 11

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Son las 10:22pm cuando aún sigo en el balcón. Se me ha pasado el tiempo más de la costumbre pensando y... Recordando. El cielo nocturno ha tomado un hermoso color morado oscuro, como el de un moretón envejecido, mientras que la media Luna se abre paso entre las escasas nubes que surcan el cielo. Las luces de Londres medio dormido parecen querer hacer un reflejo del firmamento. Y ése último pensamiento me hace recordarla a... Ella.

Me di una refrescante ducha y ahora sólo llevo mis pantalones de chándal azules y una camiseta gris. Ya he pasado suficiente tiempo en mi mente, ahora me apetece beber algo. Un Whisky quizás, aunque también me gustaría un brandy, o quizás un coñac. No, whisky. El whisky vendrá bien. Dejo la silla donde estoy y me encamino al teléfono del departamento, marcando el número para el servicio a la habitación.

Debería empezar a ordenar mis cosas, tengo que irme mañana temprano, salir del país y volver a casa. Es la regla de oro: Si ya terminaste, lárgate. Llega como sombra y desaparece como humo.

—Servicio al cuarto —Una aguda voz incorpórea me saca de mi concentración al tocar la puerta.

Cierro detrás de mí las puertas corredizas del balcón y me dirijo a la puerta. Y en cuanto la abro, la voz que habló revela su rostro y, para mi sorpresa, es una mujer.

Es alta, debe medir alrededor de 1.75, delgada, de piel trigueña, cabello castaño y ojos negros; oscuros y brillantes como el pedernal. Lleva el pelo recogido en un moño alto, el uniforme de servicio del hotel y trae consigo la botella cuadrada de Jack Daniel's junto con un cubo plateado lleno de hielo y un vaso de cristal para whisky.

—¿Dónde puedo poner la botella, señor? —levanta la botella con tranquilidad, pero noto que sus parpadeos aumentan.

—Sobre la mesa del salón, por favor —le respondo con mi tono más educado y amigable.

Pasa frente a mí y la observo bien cuando deja la botella y el cubo plateado sobre la mesa. Tiene bonitas piernas, muy bonitas de hecho, tanto que tengo que esforzarme para no inclinar la cabeza y observar un poco más de la cuenta, pero no impide que la chispa dentro de mí se convierta ahora en una llama que amenaza con extenderse aún más. Creo que ahora se me ocurrió una buena idea para pasar el rato.

Oh no, aquí vas de nuevo... Controlate aunque sea una vez en tu maldita vida, Carter.

—¿Algo más, señor? —Parece tímida. La observo con el hombro apoyado en la pared del pasillo de la entrada.

—Pues... ¿Le gusta el Whisky?, es una buena botella. Demasiado buena como para beberla solo.

Mi pregunta la ha dejado boquiabierta. Sus ojos se abrieron tanto como pudieron y luego buscaron mirar a cualquier otro lugar en la habitación. Quizás buscando las palabras apropiadas para hablar.

Por favor, di que no, di que no. Sólo pide la paga de la botella y vete...

—Ehm... Disculpe, señor, pero, mi turno aún no termina —doy un suspiro de alivio en mi interior mientras observo el reloj en la pared. Son las 10:28pm. Creo que hoy sí podré controlarme.

Agacha la cabeza y parece que está decidida en salir, a lo que yo avanzo para abrirle la puerta. Pero en el último momento se detiene y se voltea a verme, esta vez no con timidez, sino más bien con... ¿Emoción, tal vez?

Oh no...

—Aunque... Bueno. Técnicamente mi turno ya acabó. Faltan dos minutos para las diez y media. Puedo... Ausentarme un poco.

Maldición. Aquí vamos de nuevo.

. . .

No sé cuánto tiempo ha pasado. Esta chica es increíblemente flexible.

El vello corporal se me pega a la piel fúlgida por el sudor. Los pulmones me empiezan a arder y cada bocanada de aire es más inútil que la anterior. La mucama está encima de mí, gozando de mi presencia en su ser. Me deleito con el movimiento rítmico que hacen sus pechos al subir y bajar con cada brinco que me dedica. Sus gemidos rebotan en las paredes de la habitación y repercuten en lo más profundo de mi entrepierna, donde un incendio forestal de deseo y lujuria está a punto de ser extinguido por la excitación de la pelinegra que grita encima de mí.

Pero no es suficiente. Quiero más. Necesito más.

Le pongo las manos en la espalda y, en un movimiento rápido, me doy la vuelta, de manera que ahora ella está debajo de mí. Pero no la quiero así. La tomo por la cintura y le doy la vuelta, luego tiro de ella y la hago elevar el trasero. Ella sabe lo que hace; deja el pecho contra el colchón y curva la espalda aún más para darme acceso total a eso que tanto me gusta. La flor que se ha vuelto la raíz de muchos de mis problemas.

No contengo mis ganas y le doy una sonora nalgada antes de volver a tomarla con una embestida, luego otra, otra y otra más... Hasta que comienza a recibirme moviendo las caderas en la misma faena. Sus jadeos se acompasan con los míos y con las húmedas palmadas que se escuchan a cada impacto de mi pelvis contra la suya.

—¡Dios mío! —grita.

Ahora mismo, sus deseos para mí son órdenes. Aumento el ritmo de mis embestidas hasta que comienzo a sentir cómo su interior se tensa.

Gime una última vez antes de ponerme una mano sobre el abdomen, pidiéndome que pare. Me detengo y salgo lentamente para dejarla disfrutar de las convulsiones en que la envuelven su orgasmo.

Aún no he terminado.

—Creo que ahora es mi turno —musito.

Ella sonríe en respuesta, aún con la respiración agitada. Y por un momento creo que está a punto hablar, pero en lugar de eso toma mi brazo y tira fuerte de él para hacerme caer a su lado. Luego sube encima de mí y me lanza una mirada tan lasciva que hace que mi cuerpo reaccione, tensándose aún más.

—Creo que esto te gustará —me dice mientras sonríe.

Baja lentamente hasta llegar a mi entrepierna, y de inmediato sé lo que va hacer, así que no me opongo. No le quito los ojos de encima cuando le da un beso a la parte que más me agrada de mi cuerpo. Diablos, la sensación es increíble.

Creo que habrá más de un asalto esta noche.

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