Capítulo 37

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Alina Campos llegó a Los Espectros casi al mismo tiempo que yo. Para entonces, yo sólo llevaba dos años en la Agencia y recién llegaba de terminar una operación donde estuve encubierto por seis meses. Ella, por su parte, llegaba de realizar unas cuantas operaciones de gran importancia con los Rangers del Ejército. Han pasado más de once años desde entonces.

Y jamás nos llevamos bien del todo, si es que se puede definir así el hecho de que una de las cicatrices que tengo me la hizo ella con un cuchillo de combate, «Accidentalmente».

Yo tenía treinta y tres años cuando me reclutaron. Ella, sólo veintiocho. Ambos llegamos como novatos al mundo de la fuerza especial, aunque yo ya estaba mucho más familiarizado con el secretismo y la discreción que ella, por lo que me costó un poco menos llegar a tener un puesto respetable en el que, para entonces, era nuestro escuadrón.

La jerarquía en los equipos de Los Espectros se rige bajo los nombres código. Yo pertenecía al primer equipo, el «Escuadrón Alfa», y el líder de aquél entonces portaba el nombre código de «Alfa 1-01». Le seguía yo, como segundo al mando, con el código de «Alfa 1-02». Ella, era «Alfa 1-06». Y aunque su designación como francotirador del escuadrón le daba una fama increíble con cada disparo que hacía, siempre corrió el rumor de que ella quería más. Quería el mando del equipo o, al menos, mi puesto. Y eso era algo que yo no le iba a ceder de ninguna manera; el puesto debía ganarse. A ella jamás le agradó esa ideología.

El día que todo se salió de control y escapé, enseguida supe que una de las primeras personas que estarían en fila para llevar mi cabeza de regreso a la agencia sería ella. Y parece que aún sigue siendo así.

Puedo notar la tensión emanando de León y Bianca a mis espaldas. Sólo un par de metros nos separan de los primeros de cada fila de hombres que flanquean a Alina, que está a unos siete metros de mí, pero aún así no me es difícil distinguir con claridad las expresiones de su rostro. Luce como un gato a punto de comerse un canario.

—¿Jugabas tiro al blanco? —le pregunto, dirigiendo mi atención al rifle sujeto a su espalda, luego al agujero de bala en el cofre de la inutilizable camioneta.

—Un poco, sí —me responde, sonriendo de lado.

—Entonces debo suponer que tus órdenes no incluyen matarme —me aventuro, sin apartar la vista de sus inquisitivos ojos cafés—. ¿O sí?

—No, la verdad es que no —reconoce, sin darle la menor importancia a lo que he dicho, supongo—. A menos que te resistas y no me dejes otra opción.

Su voz es aguda, pero no la hace menos imponente. En absoluto. Tan pronto como acabó la frase, los ocho hombres se colgaron del cuello las correas que sostienen sus armas; todos llevan subfusiles con silenciadores incorporados. Ninguno levanta su arma, pero está claro que planean usarlas, de alguna forma u otra.

—Ya sabes a lo que me refiero —sentencia Alina. La chispa de emoción en su voz domina sobre todo intento de tono neutral.

—Si tú estás aquí, ¿Dónde está el resto del equipo? —le pregunto, controlando con toda la fuerza de mi voluntad mis nervios. El mínimo gesto que indique inquietud la pondrá a ella al mando. Y, en tal caso, la conozco lo suficiente como para saber que lo notará y no dejará pasar la oportunidad de tomar ventaja.

—Tienes suerte de que me hayan enviado sólo a mí —presume—. Ellos son... Nuevos reclutas.

—Ah, ¿Son tus polluelos? —le pregunto, señalando a ambos grupos de hombres con desdén.

«Polluelos», así solíamos llamar a los novatos de cada escuadrón en Los Espectros.

—Las cosas han cambiado desde que te fuiste, Donovan —comenta con aspereza—. Estos hombres están bajo mi tutela.

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