Capítulo 41

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Ha sido realmente incómodo trabajar en la sutura de mi hombro desde el interior del auto pero, finalmente, tras unos eternos cinco minutos de maldiciones, León da la última puntada sobre mi piel.

—Bien. Déjame limpiar y ponerte un parche —me dice. Noto cierto grado de irritación en su voz.

Estoy recostado de lado sobre mi asiento, que está reclinado al máximo. León está sentado en el asiento trasero, encorvado para trabajar sobre en mi herida. No mentía, realmente es bueno con la aguja. La sutura es perfecta.

—¿Cuánto tiempo estuviste con los marines? —pregunta de repente—... Odio los silencios incómodos —añade tras ver mi expresión.

Me abstengo de responderle. No creo que una conversación justo ahora sea la mejor opción. Mi humor no es el más apto.

—Así que... —comienza a decir León una vez más, empapando una bola de algodón en antiséptico—... ¿Estuviste también en el FBI?, ¿En ése grupo de cerebritos que analizan a los sospechosos? Escuché que pueden saber qué tipo de champú usa un criminal sólo con observar una escena del crimen.

Su tono sarcástico no pasa desapercibido a mis oídos. Eso y el hecho de que seguramente Bianca le ha contado sobre mí mucho más de lo que me he imaginado. Maldita sea.

Control, Carter. Control. Después le pasarás factura a Bianca.

Bien, ¿Quieres jugar, francesito? Juguemos.

—Sí, estuve en el FBI —afirmo, desvaneciendo mis aires taciturnos—. Y en la marina antes de eso. Estuve con el cuerpo de infantería... Más o menos el mismo tiempo que tú estuviste en el ejército.

León se congela con el algodón a medio camino de mi hombro. Una gota de antiséptico le resbala entre los dedos y cae sobre la sutura, por lo que tengo que apretar la mandíbula para lidiar con el escozor. Luego de un segundo, él vuelve a su labor. Comienza a limpiarme la herida, y no precisamente con lo que alguien llamaría «Cuidado». Tengo que morderme el interior de la mejilla para no arrugar la frente por el ardor.

—Astuto —me concede—. ¿Cómo lo supiste?

—¿Además del hecho de que peleas como un soldado? —le respondo, con mucho sarcasmo—. Es algo obvio de intuir. Aunque lo que me dió la señal más clara fue la forma en la que sujetas tu arma. La manera en la que pones el pulgar sobre la cacha y tiras de la corredera es... Distintiva. Sólo vi a alguien hacerlo una vez, y esa persona estuvo en el Ejército de Tierra Francés. Y supongo que fue en el ejército que se te incrustó esa bala en el hombro.

—¿Entonces lo dedujiste sólo por mi forma de pelear y cómo sujeto mi arma? —pregunta, incrédulo.

—Además, lo primero que me has preguntado es sobre los marines —agrego—. Eso indica que tienes más interés en ése aspecto... Como lo tendría un soldado o, en tu caso, un exsoldado.

—Eso es ser observador, nada más —comenta.

Astuto. Bien. Hora de otro golpe.

—Yo diría que, con mayor seguridad, fue en el ejército que empezaste a fumar —prosigo siendo consciente de que, por su reacción, he vuelto a tomarlo desprevenido—; los envoltorios de goma de mascar en la guantera indican un consumo casi obsesivo, que bien podría tratarse de un vicio dependiente, un mal hábito de higiene o, en cambio, el reemplazo para un vicio anterior. Y tu compañera no mostraba ése atenuado tono amarillento que adoptan los dientes cuando alguien fuma con frecuencia; en cambio, tú sí. Y no te he visto hacer ni la menor señal de buscar un cigarrillo, así que te debes estar muriendo por una goma de mascar.

Adicción Mortal Donde viven las historias. Descúbrelo ahora